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77- Disparar. Por Beatrice

Estoy aquí y preparada para hacerlo. Dos ideas que me cuesta asimilar; claro que siendo la comprobación tan fácil como reconocerme en los escaparates por los que paso y palpar el artilugio en mi bolso, no me queda más opción que creerlo. Y pensar que todo esto comenzó con una llamada de teléfono…

—    ¿Quiere usted saber dónde pasa su marido las tardes de los jueves?

—    ¿Cómo dice?

—    En el primero C del número 58 de la calle…

—    ¡Oiga! ¿Quién es usted?

—    No creo que sea eso lo que le importe.

—    Pero… pero…

Y aquella voz de mujer me dejó con el “pero” en la boca, y no es cosa agradable masticar peros, que además, ni siquiera maduran con el tiempo, como las peras. En aquel momento corroboré las sospechas que desde hacía una buena temporada intentaban asaltarme sin que yo las dejara hacerlo. Se había acabado la pasión de los primeros momentos, eso era una certeza para la que siempre hay una disculpa creíble a qué echar mano cuando no se quiere ver la verdad. Los años todo lo calman, hasta las necesidades más vitales, no iba yo a pretender que la luna de miel nos durara tanto. Me dediqué a mimar mi imagen, mi cuerpo, para no ser yo la culpable de su falta de interés; que nunca pudiera decirme que había abandonado mi aspecto. Ni las cremas, ni el maquillaje, ni la peluquería, ni la ropa interior nueva daban los resultados perseguidos. Ni siquiera el perfume. Lo peor de todo fue la displicencia y el orgullo con que empezó a tratarme. No tenía derecho a humillarme tomando como hábito la soberbia.

Bien. Ahora, sabiendo que hay otra, y además, parece que yo he sido la última en enterarme, tópico entre los tópicos, la decisión está tomada y camino a buen paso hacia el apartamento que mi padre nos compró al casarnos y que, cuando nos mudamos al chalet, decidió él convertir en despacho. El mismo que dejó de usar, al menos profesionalmente, cuando su amigo Arturo y él decidieron asociarse y trasladaron el gabinete y las oficinas a un piso grande del centro.

¡Bruja! ¡Parezco bruja! Si antes me viene Arturo a la cabeza antes aparece. No me vio, no se le ocurrió comprobar quién pasea por la acera de enfrente. Llama al timbre, tarda un poco en abrirse el portal. Ya me imagino, estará el señor muy enfaenado como para ocuparse de puertas y de llamadas. Así que su socio también sabe dónde encontrarle. Ahora que lo pienso, cuántas veces ha utilizado el trabajo, e incluso a Arturo, como tapadera para no aparecer por casa un sábado o para llegar tarde cualquier otro día. A ver si este idiota presuntuoso me va a estropear las intenciones. Nunca me ha caído bien este tipo, la verdad. Por nada del mundo quisiera irme, no estoy segura de acopiar el mismo valor de hoy otro jueves. Además, con lo que me costó colocarle los niños a la abuela. No, no voy a pensar más en mis hijos, ya le he dado vueltas suficientes: primero, no tienen porqué enterarse, y si llegan a saberlo, seguramente se sientan orgullosos de mí, y no otra cosa.

 Al llegar éste, la guarra se largará, es lo normal. Y yo quiero pillarlos… tal y como me los he imaginado, y dispararles sin piedad viéndolos sin ropa. O me doy prisa o pierdo la oportunidad. Sí, me apresuro, cruzo sin esperar a que el semáforo me lo permita, saco el llavero mientras me acerco, menos mal que conservaba un juego de llaves. No pierdo ni un segundo más.

Estoy nerviosa y la desazón parece activarme los recuerdos rápidos, muy rápidos. Mientras subo la escalera noto el corazón golpeándome las costillas y como en una grabación, me veo en el momento de comprar el artefacto este que tanto pesa. El hombre que me la vendió era bastante desabrido.

—    Creí que sería mucho más pequeña.

—    Si quiere varios disparos por segundo, tiene que ser ésta, señora.

—    Pues claro, no voy a esperar a que le de tiempo a moverse, incluso a largarse.

—    Ya lo supongo.

—    No parece muy complicada…

—    Manténgala en su funda siempre que no la use.

—    Sí, sí, evidentemente.

Aplico la oreja al picaporte, no oigo nada. De lo que estoy segura es de que ella no ha salido, no me he cruzado con nadie y el ascensor no se ha movido. Al llegar Arturo, mira qué inoportuno, el zopenco de Arturo, les habrá interrumpido la escena. Mejor vuelvo otro día. ¡De eso nada! Hoy o nunca. Acerco la llave a la cerradura.

¡Horror! Acabo de darme cuenta de que si Arturo está dentro me lo impedirá. Esperaré escondida a que se marche. Lo mismo tarda horas en irse. Lo mismo es que es Arturo el que tiene el lío. Lo mismo tienen montada una orgía… ¡Ay! Me voy, sí, tengo que irme.

¡Pues no! Ese apartamento es mío y tengo derecho a saber qué se cuece dentro. Me da igual lo que me encuentre. Y con un poco de suerte, a lo mejor ni tengo que abrir el bolso. Sería lo mejor.

—    Pero no fue así

—    No, no fue así. No se quejará del relato, se lo he ido contando como si fuera una película. Hasta lo que pensaba en cada momento le he dicho.

—    Tiene muy buena memoria, pero no ha terminado.

—    Deje usted de lanzarme “peros” porque es una palabra que me saca de quicio.

—    Disculpe. Siga, por favor.

—    Ya hay poco que contar. Entré sigilosamente. No se oía ni una voz, ni siquiera el roce de un papel. Creí que me había equivocado, que Arturo iría a otro piso y que allí no habría nadie. Me quedé quieta y observé. La puerta principal da acceso directo al salón y estaba vacío; la puerta de lo que había sido nuestro dormitorio y más tarde el estudio de mi marido estaba entornada, y por la rendija que quedaba, percibí un movimiento, una sombra. Entonces dejé de pensar y abrí el bolso; la saqué de la funda, comprobé que estuviera preparada, la sujeté con fuerza, con las dos manos, los dedos colocados en el sitio correcto, y manteniéndola por delante de mi cara, con los brazos estirados, empujé delicadamente la puerta de la habitación.

—    ¿Por qué se para?

—    Porque también entonces me paré. La sorpresa quiso matarme. Estaba, sí que estaba mi marido, y sin ropa, en la situación más comprometida que se pueda imaginar, ni siquiera las sábanas ocultaban más que los pies de Arturo, arrodillado… bueno, no creo que sea necesaria más descripción. Ni rastro de chica alguna, no creo que la echaran precisamente de menos.

—    Y entonces lo hizo.

—    Pues sí. Y tras la primera descarga, volví a apretar, una y otra vez. Ellos apenas se movieron, la sorpresa fue colosal y no se lo permitió. Se separaron un poco;  yo seguí disparando, seguí disparando… No sé cuántas veces, hasta que me subió una náusea que me obligó a dar media vuelta y desaparecer escaleras abajo.

—    ¿Y cuál es el problema?

—     Lo que más le importó en la vida a mi marido fue la fachada, el qué dirán lo dominó siempre, así que, cuando extendí ante sus narices todas las instantáneas, tan explícitas, se vino abajo. Le prometí no sacarlas a la luz mientras el trato en casa sea el correcto y me deje libertad de acción. Por supuesto, por encima de todo, el respeto y el buen humor, quiero en mi hogar un ambiente apacible y agradable. De momento le tengo en un puño, si es que la expresión no le resulta molesta, pero…

—    Ya, usted aborrece los “peros”.

8 Comentarios a “77- Disparar. Por Beatrice”

  1. Lotte Goodwin dice:

    Jo. Qué desilusión. Yo que pensé que llevaba una pistola…
    Bien contado. Muy vivo.
    Suerte en el certamen.

  2. Beatrice dice:

    Muchas gracias, Bonsái y Sacha. Efectivamente, se aprende muchísimo de las críticas, yo lo hago continuamente.
    Sacha, me alegro de que te gusta la última frase, porque en realidad el relato comienza ahí.
    Un abrazo
    Beatrice

  3. sacha dice:

    Pues a mí sí me sorprendió el final: Sustituir la tragedia por el reportaje fotográfico.
    La frase que cierra el relato: Ya, usted aborrece los “peros”, también me gustó.
    Enhorabuena.

  4. Bonsái dice:

    Hola Beatrice:
    Soy Bonsái tu vecino número 76. Me presento con Terapia Musical y he tardado en hacerte una visita, teniéndote tan cerca, pues tuve problemas con Internet.
    Veo que ya has sufrido una dura crítica, no te aflijas por ello, sácale todo el jugo que puedas. Por experiencia te digo que se aprende mucho de las críticas y si son feroces más.
    Si bien me he dado cuenta de que Arturo era el amante y lo del arma también me hacía ruido… no dejaré de reconocer que me ha tenido pendiente el desenlace.
    También haces en tu relato una crítica a las “familias felices”. Hay tantas familias que por mantener un cierto status aguantan lo que sea.
    Lo más importante de todo es que sigamos escribiendo y aprendiendo. ¿Te gusta escribir? Entonces adelante y no dejes que nada te detenga. He pasado un rato agradable leyéndote.
    Un abrazo.

  5. Beatrice dice:

    Hola Hóskar-wild is back:

    Muchísimas gracias por el comentario. Sí, sí, a veces es mejor mantenerse en la ignorancia, pero…

    Evidentemente, el arma utilizada no era una magnun… lo que pasa es que interpretamos siempre las palabras según nuestra familiaridad y la tv nos tiene demasiado acostumbrados a las pistolas, así que el lector, sin pensarlo, asocia la escena a la pistola consabida… pero (otro pero, y eso que no nos gustan nada)…

    Cordialísimos saludos

    Beatrice

  6. Hóskar-wild is back dice:

    Mejor le hubiera ido a la protagonista utilizar las tardes de los jueves, ya que las tenía libres, para ir al cine o darse una alegría para el cuerpo con algún encuentro furtivo. Asegúrate de que vas a soportr la verdad si andas en su busca. Suerte.
    PD: yo creo que Harry, en sus diferentes versiones de Fuerte, Sucio y Ejecutor, si podía con la magnun 45 hacer más de un disparo por segundo.

  7. Beatrice dice:

    Hola Lovecraft:

    Muchísimas gracias por la crítica.Efectivamente, en ningún momento se menciona una pistola… es otro tipo de arma. Y si llegamos a conocernos, te explicaré lo que significa el intento de asalto de sospecha.

    Cordialísimos saludos

    Beatrice

  8. Lovecraft dice:

    Hola Beatrice:

    La historia que cuentas no es nueva, aunque tiene su punto más original en que la pareja sorprendida sea homosexual. Sin embargo, explicas demasiado (tu misma protagonista lo reconoce: «Hasta lo que pensaba en cada momento le he dicho.») y eso hace que resulte muy previsible. En mi caso, en el mismo momento que suelta la frase «¡Bruja! ¡Parezco bruja! Si antes me viene Arturo a la cabeza antes aparece», sospeché que el amante era Arturo (revisé enseguida la conversación telefónica del principio y, el hecho de que esta no diese pistas sobre el género del/la amante, confirmó mi sospecha). Otro ejemplo: intentas hacernos creer que la protagonista está comprando una pistola, pero el engaño se descubre cuando el dependiente habla de «varios disparos por segundo» (que yo sepa no hay pistolas que hagan más de un disparo por segundo; serían otro tipo de armas, pero no una pistola).

    Otro pequeño lapsus, pienso yo: la protagonista comenta «[…] sospechas que desde hacía una buena temporada intentaban asaltarme[…]». Las sospechas te asaltan o no te asaltan, pero no intentan asaltarte; trato de imaginarme como sería un intento de asalto de una sospecha y no se me ocurre…

    Suerte en el certamen

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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