Café solo. Por Elena Marqués

Cada tarde, en la mesa del fondo, el viejo profesor se sienta a suspirar. Solemne, saca su cuaderno, se coloca sus lentes, pide un café solo y espera. «Es extraño», comentan los camareros. No entienden tanta ceremonia para quedarse, como quien dice, mirando al techo, los ojos muertos tras las gafas, las piernas cruzadas, las manos mudas, aquella página en blanco a la espera de un verso. Pero, fuera de eso, nada pasa. Consumido el café, y las horas, e incluso la paciencia de quien se atreve a observarlo buscando un movimiento que indique que aún respira, cuando ya las farolas esparcen su triste luz sobre los charcos, el hombre deja unas monedas sobre el mármol, se coloca el sombrero y se marcha sin adioses. Si uno no está atento, es difícil calibrar el momento en que salió. Ni siquiera se puede estar seguro de que esa tarde en concreto alguien lo haya visto, tan arraigada está su imagen al local, su sombra a los rincones. Pero seguro que sí, que ha venido. No tiene sentido, a estas alturas, romper con la costumbre.

Pero aquel día la lluvia persiste tras los cristales y el anciano no se anima a salir, y cambia de repente su actitud pensativa y, contra todo pronóstico, empieza a garabatear algunas palabras. Cualquiera podía haber cronometrado y establecido el ritmo exacto de miradas, versos y ausencias. Cuando dio por concluida la escritura, y a pesar de la lluvia, el anciano pagó, se colocó el sombrero y se echó a la calle con paso corto y orgulloso.

Desde entonces, luciera el sol o venteara, el anciano repetía el rito de siempre, de sacar su cuaderno, colocarse las gafas y pedir el café solo, y ahora añadía la vigilancia atenta del entorno a la espera de lo que algunos llaman genio y otros inspiración, y que había de desembocar indefectiblemente en el esbozo perpetuo de un poema. «Ya decía yo que ese hombre era un artista».

En agosto el café cierra sus puertas. El calor invade Madrid y el dueño se marcha al norte, de donde quizás nunca hubo de partir, con esa clientela de pobretones que lo frecuenta. «Tanto sacrificio para nada». Porque, además, el Café Tortoni, que tomó su nombre del célebre porteño para seguirlo en fama, nada tiene que ver con aquel, y solo lo visitan unos viejos decrépitos a punto de espicharla en el momento más inoportuno. Quién sabe si cualquier tarde, delante del resto de clientes. «Con la mala impresión que eso puede causar».

Por eso, el 1 de septiembre, no se extraña lo más mínimo cuando el viejo profesor no aparece. «Habrá sido un golpe de calor. Pobre».

La mesa del fondo queda, por respeto, unas semanas desocupada, hasta que todo vuelve a su cauce y algún intrépido se atreve a conquistarla. No tiene sentido. «El muerto al hoyo…».

café solo - MLN

Justo el 1 de noviembre empiezan las lluvias. Este año con retraso. Los cristales se empañan y el suelo se siembra de serrín, y el cinc de la barra se enfría y los clientes piden chocolate en lugar de cerveza. Al volver de la trastienda, el camarero más antiguo se para en seco. «No puede ser», porque en la mesa del fondo se sienta al anciano profesor, que ya no suspira. En su lugar luce una sonrisa impropia de su edad y su talento. «Me alegro de verle. Hace tiempo que no viene». En realidad anda pensando «ya lo dábamos por muerto».

El anciano pide el café solo, se quita el sombrero, se coloca las lentes y saca algo que no es un cuaderno ni una pluma con que sembrarlo de deseos. En su lugar, como por arte de magia, el hombre ha dejado, a la vista de todos, un libro de fondo negro y letras doradas con una ilustración al centro donde todos distinguen la puerta batiente del Café Tortoni. Versos solos se llama el poemario. Recién salido del horno una tarde de lluvia.

Elena Marqués
Dama literatura 2013

 

7 comentarios:

  1. Estupendo, Elena. Me he divertido mucho esperando la vuelta del viejo, y con qué sorpresa ha vuelto (ese es el golpe).

  2. maria marcela irigoyen

    Hermoso! denota la intervención de mas de una voz de autor.

  3. Eso, Elena, una espera algo triste y melancólico, y el profesor va y vuelve y planta su libro. Y el ambiente entre café y lluvia, muy logrado. Me encanta lo de ‘el cinc de la barra se enfría’. Un beso.

  4. Como siempre, impresionante; me ha encantado, breve y directo. Un relato precioso.
    Eres fantástica, ya lo sabes. 😉

  5. Elena Marqués

    Gracias a todos. Quedáis invitados a un café (con o sin poemas).

  6. Una poetisa de nivel, como es tu caso, cuando se pone a escribir prosa añade siempre ese plus de armonía a sus textos. Si bien es cierto que a la inversa, cuando leo tus versos y recuerdo tu prosa, observo algo parecido.
    Talento en estéreo, le llamamos algunos. Sí, eso será.
    Excelente, Elena.

  7. Elena Marqués

    Muchas gracias, Atticus.
    Será que intento ver poesía por todas partes. Es una de las pocas cosas que nos salvan hoy en día.
    Y, como otras veces he dicho por este Canal, viniendo esas palabras de quien vienen, de alguien con tanto talento en todos los sentidos, me siento doblemente halagada.
    Me quedo con el deseo de leerte en breve.
    Un abrazo.

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