21-La Trampilla. Por Anadiplosis
-¿Dónde vamos? -preguntó el taxista. Rebeca dijo el nombre de la calle. Tomó el espejo y el lápiz de brillo y dibujó una o mayúscula sobre sus labios.
-¿Dónde vamos? -preguntó el taxista. Rebeca dijo el nombre de la calle. Tomó el espejo y el lápiz de brillo y dibujó una o mayúscula sobre sus labios.
Hay un amanecer para cada persona. El mío es el recuerdo de tus ojos y tu sonrisa enmarcados por la cortina de humo que te envuelve mientras me hablas y poco a poco vas confesando que, has sentido algo especial alguna vez cuando has estado así conmigo.
Anoche mi madre sufrió un infarto. Mi madre es diabética y de vez en cuando nos da algún susto. La doctora siempre ha dicho que su corazón es como el de una joven; por eso no te esperas un infarto.
Al llegar a la morgué no hubo necesidad de utilizar el bisturí, el cabello teñido de rubio, el botox seguía manteniendo los ojos alineados, las pestañas se conservaban firmes, los labios aún rojo carmesí pero el silicón derramado por la nariz. En el acta el perito se limitó a declararla una muerte natural.
La ciudad entera soñaba. Únicamente el sonido del viento se colaba de vez en cuando por las rendijas abiertas que dejaba el silencio.
Todas las mañanas, antes de salir de la cama, la imaginaba ya duchada, vestida con esa camiseta de Supertramp (que sabía lo mucho que me gustaba) y sus pantalones vaqueros ceñidos a la cintura, cuyo aroma femenino podía oler con sólo cerrar los ojos.