15-La magia de una brisa nocturna. Por Bárbara Toledo Madrid
Carla se acomodó en la mullida luna menguante, con los pies desnudos colgando hacia el infinito, balanceándose juguetones.
Carla se acomodó en la mullida luna menguante, con los pies desnudos colgando hacia el infinito, balanceándose juguetones.
Llovía. Las gotas se estrellaban con violencia en el cristal. Ana dio tres vueltas más en la cama hasta que supo que el sueño no iba a acudir a su cita.
No puedo decir que me obligaron a venir a Caraguatay. Tampoco que fue por decisión propia. Más bien acepté una sugerencia difícil de rechazar.
Cuando mi madre me presentó a Crisantemo sufrí una gran desilusión: ésa no era la mascota que yo había pedido.
No pienso escribiros. En serio, me niego a escribir. Sois el mal de mis letras. O de mis pensamientos, ya ni lo recuerdo. Abuso de las comas, ¿y qué? ¿acaso bukowski no abusaba de la anarquía?.
Enrique Seijas mira de nuevo su carta de despido y sigue andando sin rumbo fijo por calles y plazas, debe tres meses de hipoteca, acaba de pelearse con su novia Lucía y a sus treinta años vé su porvenir tan negro que solo encuentra refugio en el Café Santa Fé,