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3- El camino de la mantis. Por Nabetse

Tan solo hacía veinte minutos que sonó el teléfono. Un timbrazo continuo y estresante atolondró el silencio de la calurosa noche de aquel quince de agosto…

A través del enorme ventanal del salón se podían ver los fuegos artificiales que deslumbraban el cielo nebuloso de la ciudad. Un plomizo y recargado ambiente de fiesta soportado por un sinfín de jóvenes que se arracimaban debajo del balcón. A las doce en punto, ni un minuto antes, ni un minuto después, estallaría el cielo con la traca final. Vítores y algarabías para un final de fiesta.

Y fue entonces cuando sonó el teléfono…

La voz ronca del interlocutor presagiaba que nada bueno había ocurrido. Un gruñido, similar al chirrido de una locomotora ascendiendo por una empinada cuesta, clamó a través del auricular.

—La muerte ha entrado en la casa de tu hermano —dijo.

—¿Qué muerte?

—La muerte —afirmó estruendosamente, como si estuviera masticando piedras—. La muerte —insistió—. Solamente hay una.

El restallido de la primera traca iluminó el cielo y un racimo de fuegos artificiales serpenteó a través de la cornisa del bloque de enfrente.

—Acabo de entrar en su casa y su cuerpo está acostado en la cama, semidesnudo por el calor. No tiene vida —dijo, conteniendo el llanto.

—Pero… Si hablé con él hace unos días. No me dijo nada… ¿Cómo ha sido?

—No lo sé. Está tumbado en su cama, como si estuviera durmiendo. La muerte lo ha pillado por sorpresa, al descuido, como siempre hace la muy ladina. Sobre el tocador están sus pantalones, perfectamente doblados. Encima de la mesilla el teléfono móvil, que se ha caído al suelo de tanto andar vibrando con las llamadas.

El cielo chasqueó con los truenos de los fuegos, mientras que la tierra temblaba con el candor de los jóvenes chillando el fin de la fiesta.

—¿Qué pasa? —le preguntó su mujer—. He oído que hablabas por teléfono y he venido a ver que ocurre.

—Mi hermano —dijo, mientras que una lágrima tan grande como una esmeralda verde se asomaba en su ojo—. Mi hermano, que ha muerto.

—Pero…

—Ya lo sé, pero si estaba bien. Me ha dicho su hijo que lo ha pillado la muerte en su casa. Durmiendo. Se ha colado por la puerta y ha parado su corazón. Lo ha dejado soñando.

—Mañana a primera hora salimos de viaje —le dice a su mujer—. Mañana en cuanto arreglemos las cosas aquí, para que nos sustituyan en el trabajo, salimos hacia allí.

—¿Y tu sobrino cómo está?

—Pues figúrate… Mal. Entristecido. Impotente. Contra la muerte no se puede luchar.

—Vamos a la cama y mañana partimos sin demora a casa de tu hermano.

Y el cielo estalló en una traca final que iluminó cada uno de los rincones de la ciudad.

 

Al día siguiente se despertó como de un mal sueño. La boca pastosa y seca. Los ojos llenos de arena. Desde la cocina le llegó el olor a café recién hecho. Su mujer, más madrugadora, hacía ya rato que se había levantado.

—¿Has descansado? —le preguntó, mientras ponía dos rebanadas de pan blanco en la tostadora.

—Sí —le dijo secamente—. Para que te voy a engañar. Me había olvidado de que ayer murió mi hermano.

—He llamado a la empresa y me han dicho que tengo que abrir la tienda, pero en cuanto puedan me mandan una chica para que me sustituya.

—Yo llamaré en cuanto me tome el café —le dijo él—. Supongo que no me pondrán pegas. Sobre las nueve saldremos de viaje.

—Descansa hasta entonces. Ya me encargo yo de preparar la maleta para el viaje. Tú no hagas nada, tienes que estar fresco para las cinco horas de coche.

—Sabes una cosa…

—¿Qué?

—La semana pasada soñé con mi hermano.

—No me dijiste nada.

—No pensé que fuese importante. Ya sabes lo que pasa con los sueños.

—¿Qué soñaste?

—Era un sueño extraño, como lo son todos. Mi hermano estaba andando por un camino interminable y yo lo veía desde arriba, como si estuviera volando.

—¿A vista de pájaro?

—Algo así. Él caminaba rápido y en ningún momento se entretenía para nada. En mi sueño lo vi llegar a un cruce. Entonces torció por el camino de la izquierda y siguió caminando cada vez más rápido. Pero…

—¿Pero?

—Pero yo pensé que el camino correcto era el derecho.

—¿Por qué?

—No me acuerdo bien. Ya sabes que los sueños se desvanecen poco a poco cuando despertamos y conforme pasa el día van perdiendo significado. Pero creo que era por instinto.

—¿El qué?

—Lo del camino de la izquierda. Me desperté con la sensación de que tenía que haberle dicho algo a mi hermano. Algo del estilo: coge el otro camino.

—Es extraño.

—Sí, pero me acuerdo ahora que soñé con él y es curioso que una semana después lo hayan encontrado muerto en su cama.

—Al menos no sufrió.

—Es posible. Siempre nos quedará ese consuelo.

—Bueno —le dijo su mujer—, me voy a abrir la tienda y en cuanto llegue la sustituta te llamo.

—Yo lavaré el coche. Está sucio y los cristales llenos de mosquitos estrellados.

—Luego nos vemos.

Y lo besó en la boca con un beso corto y lleno de amor.

 

Media hora antes de salir de viaje se acercó hasta el lavadero. Metió el coche en el túnel y extrajo dos monedas del bolsillo de su pantalón. Puso el teléfono móvil sobre el asiento, esperando la llamada de su mujer para ir a recogerla a la tienda; en cuanto hallaran una sustituta.

La manguera soltó un chorro furioso de agua que aporreó la carrocería del coche, como si quisiera despellejarlo y arrancarle todas las capas de pintura. En unos instantes el chasis se tiñó del blanco de la espuma y un leve cosquilleo le masajeó la cabeza como si la hoja de un árbol se le hubiera posado encima. Con la mano libre azuzó el aire, creyendo que fuese lo que fuese se iría de allí. Pero lo que había encima de su cabeza era una Mantis Religiosa. Lo supo cuando el insecto cayó sobre su pecho y se agarró a la camisa como si temiera perderse por el desagüe del lavadero. Él la miró con repugnancia, pues no esperaba que un insecto con complexión humana le hubiera saltado de la cabeza al pecho, como si de un mono de feria se tratara. De un fuerte manotazo la tiró al suelo, viendo como el pobre animalillo se agarraba a la vida, izándose por la barra metálica que sostenía la marquesina del lavadero de coches y escondiéndose parcialmente del que previsiblemente sería su asesino.

Empuñando la manguera se sintió poderoso. Tan solo tenía que enfocar el caño al lugar donde se erguía desafiante la Mantis. Un chorro de agua caliente y espumosa sería suficiente para destrozar su cuerpo espigado. Para hacer que aquella cabeza triangular y de ojos brillantes, casi humanos, desapareciera por el sumidero y sucumbiera a una muerte segura. No podía tolerar que un simple insecto le hubiera asustado de aquella forma y con su muerte él se sentiría mejor.

Los dos se miraron. La mantis no parecía implorar misericordia. Era un animal altivo, soberbio. Ajena a su destino. Cómo si no le importara lo que aquel humano fuese a hacer con aquella manguera que esgrimía como la más mortífera de las armas que existieran en la tierra. Y de repente, como si le asaltara un temor innato, él empezó a mirar a su alrededor buscando más mantis como aquella. Como si un ejército de mantis religiosas se hubieran confabulado y estuvieran a punto de rodearlo en aquel solitario lavadero de coches.

Y como el reloj del lavadero seguía contabilizando el tiempo transcurrido desde que echó las monedas, decidió seguir lavando el coche y ya pensaría más tarde lo que haría con aquel atrevido insecto. Mientras el chorro de agua quitaba los últimos restos de la espuma gris, por la suciedad de la carrocería, no perdió de vista en ningún momento a la mantis, siguiendo sus pasos con el rabillo del ojo, como si temiera ser asaltado de nuevo, y a traición.

Pero la mantis seguía allí, ajena a todo. Mirando lo que él hacía. Riéndose, riéndose, riéndose…

Cuando acabó de limpiar el coche y hubo secado los cristales con un paño, el instinto asesino hacia aquella mantis menguó y no le pareció buena idea terminar con su vida. Después de todo, se dijo, ella ya estaba allí cuando él llegó y seguramente era esa mantis la que debía de sentirse molesta con su presencia. Mientras pensaba en eso, el insecto había bajado de la barra metálica donde se alzó como si quisiera ponerse a su altura y comenzó, lenta y pausadamente, a caminar por un estrecho surco de tierra que seguramente trazó el agua del lavadero en su búsqueda del desagüe. Él la siguió con la vista.

El insecto caminó despacio por el surco de tierra, ante la atenta mirada de aquel hombre que no podía hacer otra cosa que encontrar un paralelismo entre el sueño de su hermano y el viaje de la mantis.

«¿Acaso no buscamos todos lo mismo?», se preguntó en voz baja. Acaso no buscamos un destino propicio.

Y la mantis siguió caminando erguida y en ningún momento echó la vista atrás. Atrás no había nada, todo estaba delante. Desde su posición, pensó él, aún podría derribarla con un chorro de aquella manguera, pero qué sentido tenía terminar con la vida de un insecto que caminaba como una persona. Un insecto que buscaba su propio destino.

Y la mantis llegó a una bifurcación que había en el camino. Allí, un montículo de tierra separaba el trayecto en dos franjas: una llegaba hasta un bosque de encinas, la otra regresaba al sumidero donde se perdía el agua del lavadero. Pero ella no podía verlo, ya que el camino era todo lo que su vista abarcaba. El hombre se halló como en el sueño de su hermano, viéndolo todo desde arriba. Y supo que el mejor camino de la mantis era el que llevaba al bosque. Entonces se acercó hasta ella y tapó con su pie el reguero de tierra que desembocaba en la cloaca y dijo:

—Anda, sigue por el otro camino.

            Y la mantis levantó la cabeza y lo miró a los ojos, como si entendiera todo lo que aquel hombre le decía. Y siguió por el camino que llevaba al bosque de encinas. El camino más propicio. Y entonces el hombre se echó a llorar y sus lágrimas fueron agua de lluvia para aquel insecto.

* * *

11 Comentarios a “3- El camino de la mantis. Por Nabetse”

  1. Nazareno dice:

    Me gusta más la segunda parte que la primera, la llamada de teléfono parecía que iba a conducirnos a algo más «raro». Bueno Suerte

  2. Sussan dice:

    Un cuento desconcertante con dos partes bien diferenciadas.
    Podría mejorar con alguna revisión en el hilo conductor de ambas.
    Suerte

  3. Hombre sin abrigo dice:

    En términos generales, los relatos breves se enfrentan a un problema insoslayable: el tono monocorde, la uniformidad. De este relato me gusta la división clarísima en dos parte. La primera, cimentada en diálogos muy definidos, y la segunda, caracterizada por una narración fluida y consecuente. Un muy buen trabajo, Nabetse. Mucha suerte en el certamen.

  4. Dies Irae dice:

    Hola, Nabetse.

    Coincido con los comentarios anteriores: hay bonitos colores y buenos pinceles, pero, para mí, no has logrado el cuadro. Lo onírico se mezcla con lo real y la confusión se apodera del relato. Quizá era tu propósito, no sé. Debo ser como la mantis, ajena a tu tragedia.

    Suerte en el camino que elijas.

  5. sacha dice:

    Lo peor: el tono artificial y falso de la llamada de teléfono.
    Lo mejor: la idea. Una idea en blanco y negro.
    Suerte.

  6. Aljibe dice:

    La idea es buena, pero la redacción es un tanto confusa. Creo que deberías darle un repaso y eliminar ciertos elementos superfluos (alguno ya te la han indicado por ahí arriba) que desvirtuan su esencia.

    Suerte!

  7. Rulfo dice:

    Un relato algo contradictorio, que quizá se hubiera aclarado bastante si supiéramos algo más del difunto. Un sueño donde el muerto va por un camino interminable…, de pronto, en un cruce, se va por la izquierda…, su hermano cree que debiera haber seguido por la derecha…La izquierda, la derecha…, y la mantis religiosa, un insecto muy introducido en la cultura popular por sus numerosas connotaciones: belleza, soledad, agresividad (parece que en algunos casos, la hembra acaba comiéndose al macho tras el apareamiento)…. En fin, insisto, tal vez sabiendo algo más del muerto….

    Suerte, Nabetse

  8. Ganímedes dice:

    El relato se lee fácil, eso es de agradecer.
    Yo tampoco consigo pillar el significado del comportamiento de la mantis; me vas a dejar con la cabeza dándole vueltas.
    Suerte.

  9. Lovecraft dice:

    En lo positivo, la idea en torno a la que gira el relato me parece muy sugerente (comparar el destino de las personas con el de un humilde insecto) y con muchas posibilidades narrativas.
    En lo negativo, algunas descripciones me parecen superfluas ya que no aportan nada al hilo argumental (las descripciones de los fuegos artificiales y el ambiente festivo, por ejemplo) y ciertas imágenes que utilizas me resultan un tanto recargadas y/o exageradas: un timbrazo continuo y estresante atolondró el silencio…, los fuegos artificiales que deslumbraban el cielo nebuloso…, un gruñido […] clamó a través del auricular…, afirmó estruendosamente, como si estuviera masticando piedras (¡no me lo imagino!), el cielo chasqueó con los truenos de los fuegos, mientras que la tierra temblaba con el candor de los jóvenes…, una lágrima tan grande como una esmeralda verde…
    La segunda parte del relato, la conversación en la cocina al día siguiente entre el protagonista y su esposa, por su mayor sencillez estilística, es la escena que resulta más verosimil. Hay dos líneas de diálogo seguidas que pronuncia el mismo personaje y por lo tanto no es necesario separarlas: “Ya lo sé…” y “Mañana a primera hora…”.
    Encuentro un contradicción en el comportamiento de la mantis, que primero se esconde de su agresor (“el pobre animalillo se agarraba a la vida, izándose por la barra metálica que sostenía la marquesina del lavadero de coches y escondiéndose parcialmente del que previsiblemente sería su asesino”) e inmediatamente después parece no preocuparle en nada su destino (“La mantis no parecía implorar misericordia. Era un animal altivo, soberbio. Ajena a su destino. Cómo si no le importara lo que aquel humano fuese a hacer…”).
    Good luck!

  10. Avril dice:

    Un buen relato sobre un asunto interesante: La vida. Toda la vida es elección, pero en realidad, ¿somos nosotros los que elegimos? ¿Quien mueve nuestros hilos? Y ¿quien mueve los hilos del que mueve nuestros hilos?
    Suerte en el certamen.

  11. Hoskar-Wild is back dice:

    ¿Quién no ha jugado alguna vez a ser Dios, a decidir sobre la vida y la muerte? Pero hay que reconocer que es mucho más divertido enredar con los hilos con los que el diablo teje sus redes. Cuidado con las mantis, cuidado con las religiosas. Suerte

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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