Me fastidió que me pidiera que fuera al hospital con ella. Para eso está su marido, ¿no? Terminé de afeitarme y salí con la galleta en la boca. Recogí a Katya en mi coche. No me quedaba otra opción. Paré el deportivo en la puerta de maternidad y se bajó. Un viento frio levantaba su pelo y su falda como una actriz. Era un febrero patético, lleno de barro y agua.
Cuando el doctor me preguntó si yo era el marido, ella se adelantó.
—Es mi hermano, mi hermano Dimitri —respondió echando hacia atrás la cabeza—. Mi esposo está trabajando —añadió con su falsa vocecita de niña buena.
Era verdad, Braulio trabajaba en un almacén de frutas por las noches. A Katya le gustaba la calefacción, las comidas con carne, el oro pegado al cuerpo, los zapatos de piel y los baños de espuma. Todo ello se lo daba su marido. Un marido que vendió un piso para satisfacer los caprichos de su joven esposa. Lo entiendo. Él adoraba a esa criatura exuberante de piel blanca y ojos de acero que parecía su hija mayor.
A los seis meses de llegar a España, ya se había casado con el infeliz de su marido, un campesino, simple como un palo que se enamoró de Katya en la gasolinera donde ella trabajaba. El día de su boda, yo aún llevaba en la chaqueta el billete de avión que ella me compró para que me viniera a vivir aquí. Por suerte en Rusia aprendí algo de español. Fue una ceremonia triste, con cuatro personas en un despacho que olía a plástico y a humedad.
Casi todos los días yo comía en su casa y algunas noches dormía en un piso de sus suegros. No necesito trabajar; en los dos años que llevo en Málaga, ella cuida de mí. Quinientos euros al mes, un coche, vodka y una tarjeta de un centro comercial. Al principio yo me sentía como un rey, un rey canalla. Ahora no sé bien qué hago tan lejos de mi tierra. Bueno, estoy con ella. Los vecinos dicen que parecemos gemelos. Yo me río. Sólo nos parecemos en los ojos color hielo, azules como el glaciar. Y aunque parezco más joven, soy ocho años mayor que ella, tengo treinta y dos. Menuda pareja hacemos.
El parto estaba empezando. El primer hijo de Katya, sangre de su sangre. A ratos, el sol entraba a ráfagas en la habitación 602, el mismo número de habitantes que tiene nuestro pueblo. Ella caminaba por la habitación con las manos en la espalda, marcando el paso como un militar. Preciosa. De pronto, no sé por qué, le molestó que yo estuviera con mi Ipad sentado tranquilamente en el sillón. Mujeres.
Serían las nueve. La escuché vomitar y me tomé su desayuno, estaba hambriento. La puerta se abrió y apareció su marido, delgado, poca cosa. Sonreía con los ojos puestos en ella. Me saludé con la cabeza y se acercó hacía su esposa. Al ir a besarla, ella, arisca como una gata, lo rechazó y se fue al otro lado de la habitación.
—¡Déjame! —dijo agarrándose el pelo con las dos manos.
Él suspiro y creo que me miró. Seguí sentado, sin levantar la vista de la pantalla. Él hombre dio unos pasos y apoyó la espalda junto a la pared, bajo un cartel que rezaba: “Televisión averiada”. Empezó a llover. Katya pidió a su marido que fuera a por coca cola. Su voz sonó áspera. Braulio parecía tener más canas ese día. Bostezó un par de veces antes de responder si no podía ir yo, su hermano. Ella disparó una ráfaga de insultos en ruso y le sonrió mostrándole los dientes antes de decirle en castellano: por favor, cariño. No me gustó lo que hizo Katya, la habría abofeteado en ese momento. Cerré el iPad con la idea de ir a comprarle la estúpida coca cola, pero su esposo ya caminaba hacia la puerta.
—Dimitri, no me mires así. ¡Es más pegajoso que la miel! Anda, ven y dame un beso.
Preñada y todo seguía siendo bella, bella y perversa. No la besé. Le eché el brazo por los hombros y le pedí que fuera buena. Se soltó refunfuñando y volvió a caminar recta como un soldado.
El marido regresó con una botella de dos litros de coca cola y una bolsa de patatas fritas, para mí. Me enterneció su gesto. Pobre hombre. Desde el sexto piso, las gentes parecían hormigas. Yo miraba por la ventana mientras Braulio sentado en una silla bostezaba sin cesar. Ella dijo que debía irse a casa a dormir, él la miraba sin decir nada y ella volvió a insistir de forma feroz. Me ofrecí a acompañarlo.
—Debes irte y descansar. Así no me sirves, duerme y luego vienes. No me voy a ir a ningún lado.
Él me miro y por primera vez le sostuve su mirada con cierta piedad. Se enfundó el anorak negro y me preguntó si quería un café. En voz baja pero firme dijo que no iba a marcharse a ningún sitio, me agradeció el gesto y dijo que ya habría tiempo de dormir. Katya le atravesó con la mirada, se acercó y acarició con su garra de terciopelo la cabeza rala de su hombre suplicándole con voz teatral que se fuera. Era una orden. Los labios de Braulio temblaron. Asintió con la cabeza. Ella bajó la cara y lo besó como quien besa a un anciano, en la frente, rápido. Su esposo cogió el anorak de plástico y salió.
Me quedé de pie, allí, mirándola. Avergonzado. No dije nada. Salí fuera detrás de su esposo. El pasillo olía a jabón y a sudor. Encontré a Braulio esperando el ascensor. Como pude, disculpe a Katya. Los nervios, su estado, el parto, cosas de mujer. Sacó un pañuelo de tela blanco bordado con sus iniciales y se sonó la nariz. Tenía los ojos como los tomates maduros.
Lo cogí del brazo. Yo quería caminar con él, charlar. Se le veía tan cansado que lo dejé sentado en la sala de espera mientras bajé al sótano a por un par de cafés. Cuando volví, su barbilla cabeceaba contra el pecho, un silbido ronco brotaba de sus labios, con la boca abierta. En unos segundos lo despertó el sonido del móvil, abrió los ojos y se tomó el café de un trago. Allí estaba yo junto a un buen hombre preocupado por su mujer. Una mujer que yo conocía demasiado bien. Él no se iría a casa hasta que saliera el niño y el parto hubiera acabado. Hacía calor. Me pidió que no la dejara sola, que fuera paciente con ella. Frente a él, una anciana movía las cuentas de un rosario. Era la hora del ángelus.
Volví a la habitación decidido a convencerla. Era su esposo quien debía estar allí con ella. Cuando entré, Katya se arrebujaba entre las sabanas. Ya no llovía. Abrí la ventana y la volví a cerrar, venía el viento helado. Ella dijo que estaba muy atractivo con mi camisa nueva. Le di la espalda. Ahora era yo el que caminaba molesto por la habitación, sin mirarla. Preguntó si el tonto de su marido se había ido. Tragué saliva antes de pedirle que se callara de una puta vez.
Una hora más tarde rompió aguas. Salí corriendo a avisar a Braulio. En la sala de espera, un niño rubio miraba muy atento al hombre que dormía en la esquina con la cabeza apoyada en la pared. En esa postura, encogido, con los brazos cruzados, Braulio parecía más enclenque aún de lo que era. No quise despertarlo, todavía. Regresé a la habitación dispuesto a hacer lo que hice, decirle adiós a esa dichosa hembra. Para siempre.
Katya respiraba con fuerza dentro de la cama. La llevaban a la unidad de partos. Le dije que regresaba a nuestro pequeño pueblo de las montañas. Empezó a insultarme y amenazarme. Gritó. El celador nos miraba asustado, sin entender nada, hablábamos en ruso. Sentí lastima de ella, sentí lastima de mí. Le dije que no estaba bien lo que hacíamos. Siguió insultándome. Dijo que me mataría. Recuerdo que llevaba el pelo sudado sobre la cara, como una loca. Horrorosa. Sus insultos rusos resonaban en el pasillo, la gente me miraba a mí. Guardé las manos en los bolsillos del vaquero y me fui hacia la sala de espera.
Desperté a Braulio con un café en la mano. Me despedí de él y se abrazó llorando. Creo que siempre supo la verdad. Yo también lloré. Me quite la cazadora, el calor me asfixiaba. Mentí diciendo que debía regresar. Me pidió que lo acompañara al cajero. Dijo que el avión costaba mucho dinero.
Cuando dejé las llaves en la mesa de cristal, aún resonaban en mi cabeza las maldiciones rusas y las amenazas de muerte. Es curioso que las últimas palabras de mi vecina, de mi novia, de mi amante, fueran unos insultos. En la maleta guardé el resto del paquete de galletas y salí camino del aeropuerto.
Un relato que me atrapó. Aunque la historia no es original, la forma de narrarla, pese a pequeños fallos, hace querer leerla hasta el final.
Me gustó mucho.
Suerte.
Buen relato que refleja la crudeza de unos seres que priman la supervivencia a otras lealtades.
Aunque pueda ser predecible la identidad de ese «hermano» creo que cumple su cometido y engancha.
Suerte.
Impactante comienzo manteniendo la intriga y originando el enganche. Lástima que el desenlace se origina casi a la mitad del relato con la aparición de Braulio que hace perder un poco el interés, obligando que la lectura llegue al final hasta ver el resultado del revuelo hormonal de Katya. De todas las maneras, me gusta la actuación desinteresada de Dimitri.
Suerte.
Relato alrededor de vidas elementales, básicas, sin adherencias, de aquí y de ahora mismo. Se describe un triángulo de una clase singular: dos vértices buenos y uno malo, el de la rusa pirada y vocinglera, adepta a un comportamiento al que le faltan unas cuantas tuercas. El ambiente descrito es claustrofóbico, de resortes envenenados. La sorpresa final no alcanza a ser sorpresa ya que se ha destapado en la quinta línea del texto.
Una sugerencia. Cuando lo leía pensaba en que podría haberse empezado por aproximadamente la mitad: aparece el marido por la puerta de una habitación de hospital, allí su esposa, de parto, le dedica carantoñas al hombre que la acompaña. ¿Quién será éste? Como bienvenida la parturienta le suelta una letanía de insultos a su marido. A partir de ahí se va intercalando a dosis medidas (con la conveniente economía de palabras) lo que ha ocurrido hasta entonces.
Entre otras cosas empezaríamos con lo que se llama un gancho narrativo, el cuento creo que ganaría en fluidez y, si nos hemos callado la frase-llave de la rusa, la caja de Pandora se abriría apenas unos segundos antes de llegar al final. Todo ventajas.
Alex, me has dejado perpleja con el comentario, debo ser muy tonta porque lo he encontrado más difícil que el propio relato.
De pájaras como esta hay que cuidarse. Haces creíble y justificable que una mujer de parto sea tan odiosa y abandonada. En la realidad es difícil que entre contracción y contracción tengan fuerzas para esto y te lo digo como profesional sanitario. Bien escrito. Felicidades.
Gracias por vuestras palabras. Suerte también para vosotros.
Aunque historias como esta las hemos oído con frecuencia en los últimos años, no le quita a tu historia un ápice de interés. Está bien escrito y mantienes bien el interés, a pesar de que sabemos casi desde el principio que Dimitri no es el hermano. Enhorabuena y suerte.
Muy buen relato. La elección del narrador muy acertada y bien resuelta, porque tuvo que ser difícil encontrar el tono para hacerlo creíble de principio a fin. Enhorabuena.
Granada también creo que nos muestras un relato estupendo,lleno de descripciones,de detalles que atrapan,el personaje de Dimitri genial en transmisión emotiva. Cómo ha apuntado algún compañero está claro que esos pequeñísimos fallos son debidos a un tic de tecla, a mí me hacen gracia porque soy malísima con el teclado, estoy segura de que a lápiz lo hubieses clavado. Te felicito,me gusta mucho tu relato.Un abrazo.
En mis lecturas yo a veces me pierdo de la forma, con la que disfruto, y aprecio el fondo, la trama, como ese hilo conductor de la forma. Me parece que son muchos más los que lo hacen al revés. En este caso la narración literaria es perfecta. sin que tengan valor alguno el par de fallos que bailan por ahí. Y la trama tambien me ha encantado. Coincido con Odiseo en que todos conocemos o hemos oído hablar de relaciones de este tipo, pese a lo cual el relato no deja de ser original. Recuerdo que hace años, en España, se pusieron de moda las agencias que contactaban mujeres rusas con españoles en busca de formar pareja. En esta historia el relato discurre por una relación extraña de gigologismo incenstuoso hasta que la sorpresa se revela en la más normal de las respuestas.
Buen relato, Granada, enhorabuena. Estupendo el personaje de Dimitri y cómo nos hace ver su transformación.
Un repaso más concienzudo hubiera eliminado los pocos y pequeñísimos fallos que quedan para estar impecable.
Felicidades.
Una historia fuerte, contada con mucha intensidad. No sobra nada ni falta tampoco nada para que visualicemos a los tres personajes del relato y nos asomemos a sus vidas para quedar deslumbrados por tu precisión narrativa. Enhorabuena, a mi me ha encantado.
Me parece un relato estupendo, bien escrito y con un tema que aunque todos hayamos oído alguna historia parecida, Granada la hace original y única. Enhorabuena