Dicen que en las noches sin estrellas un resplandor de luna se filtra entre las nubes, atraviesa la torre del faro abandonado y llega a las aguas oscuras del mar, como una escala de luz, en el punto exacto donde la vio emerger por primera vez. Siempre quiso vivir solo, pero la vida le fue llenando de vacíos insondables que él trataba de llenar con la espuma de sus sueños.
El ritual se repite un día tras otro. En cuanto el sol se arroja por el abismo anaranjado, sube a reponer los niveles de parafina, se coloca las protecciones oculares y revisa las lentes cóncavas del faro con la minuciosidad de un cirujano. Después se acerca a los cristales y entorna los ojos, hasta que los dos añiles se funden y le arrastran a la profundidad abisal donde la imagina, a esa estación sumergida en la que siempre se detiene el tren de sus deseos. Azul, poderosa, vibrante, se le acerca en sus sueños una y otra vez, irisada como la cresta de las olas. En la distancia, la luz es un grito parpadeante, a través de su espalda ancha y sin aristas, modelada por el tiempo, igual que las rocas del acantilado. Él la eleva a realidad, a recuerdo, cada vez que la piensa. La pone a salvo en otras vidas y se queda solo en su orilla, en su muelle abandonado y sin barcos.
José Figueiras no sabe que su mujer se hace la dormida cuando por fin baja al primer piso y se mete entre las sábanas. Treinta años de piel con piel han ido dejando su huella. Treinta años de surcos en las manos de ella, desgastadas de tanto seguirle, de faro en faro, por los derroteros de la vida siempre llenos de salitre. Treinta años como agujas en los ojos de él, velados ya de tantas horas de lejanía hecha costumbre, como esas piedras lisas arrastradas por el vaivén de las olas. No se miran, dan por dichas las frases desgastadas y las conchas vacías que les dejó la marejada del tiempo. Antes, de vez en cuando, se aferraban a la tormenta del sexo inocuo, solo para limpiar su playa de desaliento. Hace mucho que la playa amanece cada día llena de despojos.
María da Ponte, como cada noche, cuando su marido ya ronca, en el entresueño que precede a la respiración profunda, comienza a bajar por la ladera norte hasta la orilla, se descalza y camina por la arena. Sus propias huellas son testigos borrosos de los sueños de otras noches y le marcan el camino hasta la cueva del acantilado. Le invade una sensación cálida en los pies cuando se va acercando. La oscuridad le devuelve el destello de los ojos que la esperan. No cambiaría por nada esa sensación de triunfo que la invade cuando por fin se encuentra con sus brazos fuertes, su pelo de sal y esa voz grave que la acaricia mientras hacen el amor en la barca que flota en la cueva. La palabra Ódilus pintada de azul en la proa y las olas meciéndoles acompasadamente la salvan de su maldita realidad. Al amanecer un beso dulcísimo la despierta y le ve alejarse a contraluz por aquella abertura deslumbrante de la roca que se abre al mar de madrugada, justo antes de despertar.
Ese día hay tres cartas sobre una mesa de silencio. El sobre más delgado, como un puñal, contiene un mensaje escueto y punzante, en letras de molde y matasellos del Ministerio: “El último farero, abandonará su puesto dentro de tres meses, cuando se automatice el mecanismo del faro”. Avances de la ciencia, cosas de la modernidad, comenta él en el bar del pueblo. José apura su carajillo con la incertidumbre en los ojos.
Apenas ocho casas habitadas en la isla. Ya nadie aguanta el viento acerado y las pleamares violentas del invierno interminable. Diez horas de electricidad al día en verano y seis en invierno que gotean del viejo generador de gasoil a cambio de un ruido constante y cansino. Solo la voz de la radio flota en el aire espeso del bar, anunciando el tiempo para la semana, y José se guarda en la memoria la primera frase del día: “Hoy veremos una lluvia mansa”.
María compra el pan en el bar media hora después de que José haya marchado a engrasar las poleas y enviar el informe de su pequeña estación meteorológica a una televisión local de la península. Él se imagina besando apasionadamente a la mujer del tiempo, esa pelirroja exótica del telediario que explica tan bien los fenómenos atmosféricos. Hace dos años que de vez en cuando la besa apasionadamente sobre fondos de cumulonimbos o sobre paisajes nevados y lejanos. Lo hace solo para vengarse de la vida, aun sabiendo que la mujer del tiempo tiene aspecto de soñar con islas paradisíacas de lugares cálidos. Es a ella a quien le roba la segunda frase del día: “las nubes ya no anunciarán tormentas”.
Hace frío, mucho frío en las manos de José, esas que no pueden soñar y por eso se dedican a trabajar duro para recoger las redes y llevar a casa algo de pescado para la cena. María también siente ese frío en las entrañas mientras lucha con las sábanas que se quiere llevar el viento, azotando la ventana de la cocina que se abre como una boca en la pared encalada del primer piso del faro. Son sábanas, pero ambos quisieran que fuesen banderas blancas con olor a jabón de lavanda. Una hilera de calcetines verdosos se mecen como algas sobre la cuerda retorcida del tendedero, que nunca quiso ser otra cosa que el cabrestante de un galeón. Se acostumbraron a vivir en el fin del mundo, como los buques inmóviles que se adivinan sobre la raya del horizonte.
José sube la cuesta respirando fuerte, con el cubo lleno de peces que brillan con el sol y le miran con sus ojos transparentes; se diría que son pájaros mudos que quisieran volar navegando por ese cielo azul compacto. María lo observa desde la proa del galeón. Ya no es aquel gallego fuerte del que se enamoró. La pasión se fue deshaciendo sobre el escarpado que asciende al faro, sin darse cuenta, como se va deshaciendo el acantilado, imperceptiblemente, a fuerza de tiempo y de constancia. María grita el nombre de José para sus adentros, solo para ver si le produce aquel cosquilleo que sentía al pronunciarlo. Y toda ella suena a hueco, como un reloj con las piezas sueltas.
La segunda carta, con la letra redondeada y torpe, es también para José, escrita por las manos de María, con frases sencillas. Comienza como todas las cartas que hablan de amores rotos, de zozobra, de la pérdida de los sueños. José no se ha atrevido a abrirla, porque en el remite solo hay un dibujo torcido de una sirena.
La noche se come la luz. En algún lugar ladra un perro, muy lejos. Tal vez arden en bullicio ciudades desconocidas, que nunca quisieron visitar, y nacen niños que nunca tuvieron en medio de noches cerradas, o bajo un sol abrasador, cuando José recorta un trozo de un titular en la tercera página del periódico de ayer, su última frase del día: “ soñaremos juntos”.
Es la hora. De nuevo sube a reponer los niveles de parafina, se coloca las protecciones oculares y revisa las lentes cóncavas del faro con la minuciosidad de un cirujano. Después se acerca a los cristales y entorna los ojos. Hoy llueve como le habían pronosticado los labios de la pelirroja entre los besos del mediodía. Dos gotas resbalan por el cristal y José las sigue con la mirada, sabiendo que su intrépida carrera acabará en el fondo del mar. La luz del faro ilumina toda la playa y al fin la ve. Esta vez va caminando y su figura oscura le parece más real que nunca. El cabello le ondea con la brisa y sus brazos largos parece que le llaman. José Figueiras baja corriendo el camino del acantilado, coge la barca y bordea la costa hasta la entrada.
María lleva la tercera carta, todavía cerrada sobre su pecho, entre sus senos tibios. Tiene la caligrafía rudimentaria de José quien ha ido hilvanando frases, captadas al vuelo o recortadas de los papeles. “Las nubes ya no anunciarán tormentas… hoy soñaremos juntos… veremos caer la lluvia mansa sobre el mar”. José se la lee de memoria, susurrándole al oído con voz profunda, mientras se aman en el fondo del amor, con una pasión casi olvidada, como si fuera la primera y la última vez, mecidos por las olas de la cueva, sobre su nave de madera que lleva escrita la palabra Ódilus en la proa. Se aman en ese fin del mundo que aún señalan las brújulas en los mapas viejos, rozando el borde de la felicidad.
Sus nombres, sus soledades, sus silencios, todo lo que la vida les fue echando encima cae hacia las profundidades. Nada les hace falta. Ella cierra los ojos y los dos se funden en la misma certeza: “la vida jamás será tan intensa como los sueños”. El regreso es silencioso, lleno de presentimientos, con una sensación de cansancio en ambos, de ataraxia semiamarga o tal vez semidulce. Nadie sabe por qué al llegar al claror de la luna José Figueiras para de remar y mirando con dulzura a María da Ponte le susurra:
-Todo se ha cumplido. ¿Vamos?
-¡Vamos! –responde María da Ponte.
Tres años más tarde ya nadie habita la isla. El viento se resguarda del olvido entrando en las casas invadidas por la maleza y llenándolas de viejas voces. Sobre el faro, medio derruido, un haz de luz de luna, como un rejón de hielo, se clava en la superficie oscura del agua y luego se hace escala, por donde dicen que descendió, en una noche como esta, el último farero de la mano de su esposa.
Hola Petrarca!
Enhorabuena por estar en la final. Tu relato es uno de mis favoritos 😉
A ver si podemos conocernos en la cena de Murcia y charlar un rato.
Un abrazo,
Enhorabuena!!!!!
Felicidades por tu lugar como finalista. Lo que más me gusta de tu relato, es que se saborea con fluidez. La lectura es amena y te lleva a la siguiente frase, sin interrupciones, pero dejando muchas sensaciones. Abrazo grande
Te felicito por estar entre los diez finalistas.
Abrazo.
Enhorabuena, Petrarca. Me alegra verte entre los finalistas y poder contarte los dedos en Murcia, aunque no tener que competir con tu precioso relato. Un abrazo.
No había tenido ocasión de leerlo antes. Tu nominación me ha llevado al faro ya frío y vacío; sólo el mar (la mar) continúa igual.
En cuanto al lenguaje… bueno, es un sueño, y los sueños sueños son.
Enhorabuena y mucha suerte en la final a partido único.
Déjame que sea la primera en enviarte mi felicitación. Creo que te lo dije en el comentario y no tenía dudas: impecable.
Más allá de la historia, alguien ha comentado que lo más importante son las sensaciones que un texto nos produje, la sensación del roce que hacen las palabras al caer dentro de nosotros para buscar acomodo entre los pliegues de la sinrazón. Impecable.
Hola, Petrarca,
Estupendo relato. Me gusta el uso que haces del faro para mostrar los sentimientos de los personajes.
Por buscar un pero, tal vez eliminaría algún adjetivo, que, desde mi punto de vista, no es necesario, como por ejemplo en «La palabra Ódilus pintada de azul en la proa, y las olas meciéndoles acompasadamente la salvan de su maldita realidad.» si la salvan de la realidad es porque esta es necesariamente mala, triste…
Enhorabuena por el relato y mucha suerte.
¿Dónde se sitúa la frontera entre lo onírico y lo real?
¿La vida es sueño? ¿Hay vida antes de la muerte? ¿O solo la hay después?
En mi humilde opinión, tu bello y poético relato aborda todas estas cuestiones haciendo que el lector se las replantee.
Enhorabuena y suerte, Petrarca.
Tu comentario, Ahuntsic, me llena de satisfacción y me anima a seguir en esto. Hacer reflexionar y hacer disfrutar son dos de los objetivos más nobles de todo aspirante a escritor. Gracias y suerte para ti también.
Me ha gustado leer tu relato, engancha el tono poético con que está escrito, la verdad, con ese seudónimo no cabía otra cosa. En la poesía (no es que yo haya leído mucha, me gusta más la prosa, con sinceridad, la veo más honrada; aunque sí me gusta la poesía de verso libre, Gil Biedma, Ángel González…) siempre abundan clichés y lugares comunes como alguien dice, pero eso no empaña, en su justa medida, tu cuento. Para mí, quizá más importantes que esos tópicos, son algunas frases que tal vez emocionen, pero que suenan algo contradictorias. Por ejemplo: “tormenta del sexo inocuo”, “la cuerda retorcida del tendedero que nunca quiso ser otra cosa que el cabrestante de un galeón” (cabrestante es un torno usado para mover grandes cargas por medio de una polea), o “susurrándole al oído con voz profunda”. Siempre he tenido mis dudas con la poesía en general, suele haber demasiadas frases que pueden significar una cosa o la contraria y, a veces, tienen su importancia. Hay también una frase que se repite escrupulosamente al principio y al final y que parece estuviera puesta adrede. Como he comentado ya, no tengo mucha experiencia en lo poético, pero me parece que chirría algo, suena reiterativa sobre todo por la repetición del símil “con la minuciosidad de un cirujano”. Parece excesivo ser tan ajustado haciendo algo y, al ser una frase larga, la reverberación se mantiene aún en la memoria aunque la repetición llegué al final del texto. Pero insisto, es sólo una opinión, y creo que el cuento, en su conjunto, además de emocionar invita a la reflexión, más aún en estos tiempos que corren: la tecnología que acabará por destruirnos dejando en su camino faros, pueblos abandonados, amores desarraigados…, y hasta lunas o mares que se nos vienen encima.
No obstante, como he dicho al principio, el relato engancha, Petrarca, y, quizá tengan razón quienes aseguran que puedes estar entre los finalistas. Suerte
Efectivamente, Enara, como muy bien dices, en este relato he utilizado conscientemente recursos propios del lenguaje poético, sobre todo las imágenes más o menos lógicas, y siempre buscando la plasticidad visual o auditiva, porque me interesaba resaltar el marco narrativo espacial y su belleza plástica.
La repetición – tan denostada en narrativa – es otro recurso propio del lenguaje poético. Hay quien dice que el principal recurso de la poesía son las repeticiones o recurrencias: ¿qué es la métrica, las formas estróficas, el metro, la rima, sino repeticiones de secuencias fónicas? Y lo mismo se podría decir de los paralelismos, las antonimias, etc. Y que no tienen otra función que la de aportar musicalidad al texto. En el ejemplo que citas me pareció oportuno utilizar la repetición, a modo de estribillo, porque me interesaba resaltar la monotonía y la rutina del trabajo del farero.
Gracias, Enara, por tu comentario y suerte también para el tuyo
Tengo una pega con este relato, y es que es el único del concurso que me parece que está muy por debajo de las habilidads literarias del autor.
Impecablemente escrito, con una historia francamente tierna y frases cuidadas, utiliza recursos mil veces vistos. Creo que el tono poético aplicado por enésima vez al resplandor de la luna, el faro, la superficie del mar, el anaranjado atardecer, el crepitar de las olas y los arrecifes es una repetición de clichés y lugares comunes. No sería grave en un relato menos elaborado, pero en este, estoy convencido de que su autor o autora puede convertir en prosa poética y emocionarnos partiendo de elementos que no estén tan trillados, porque tiene el talento, la sensibilidad y la imaginación suficientes para ello.
En cualquier caso, sé que ha tocado la fibra de muchos lectores, y eso es importante. Soy consciente de sus virtudes, que las tiene.
Enhorabuena y suerte
J.B.Ballantines:
Es evidente que tenemos gustos divergentes a la hora de elegir el clima de nuestros relatos, al menos en los que hemos presentado a este certamen.
El resplandor de la luna o el resplandor de una pantalla de ordenador, el batir de las olas en un acantilado o las imágenes virtuales de vísceras palpitantes humanas o de animales, etc todo puede ser válido en literatura, ningún escenario u objeto es poético o prosaico «per se».
A mí me enseñaron que el valor literario de un texto no reside en los contenidos ni en los temas , que son limitados y que se repiten una y otra vez (el amor, el desamor, los sueños , la muerte, el paso del tiempo, la naturaleza…) sino en la construcción del texto, en la elección de los materiales, en el lenguaje. Y es el lector el que valora, el que se emociona.
Lamento no haber llegado a tocar su fibra con mi relato. Pero agradezco sus valoraciones y críticas porque que me serán de utilidad.
Le doy mi enhorabuena por el suyo y le deseo suerte.
La historia se mece en las palabras al ritmo de las mareas de los personajes. He ahí todo un logro.
Hermoso relato Petrarca. La soledad es compañera de cada persona. Todos estamos solos, y el faro es la imagen del hombre. Nacemos solos, morimos solos y vivimos solos. Únicamente nos salvan las «mujeres del tiempo» y los «navegantes del Ódilus». Magnífico.
Gracias por tu comentario en mi cuento y me alegro de que te haya gustado.
Me a encantado tu relato. Te deseo lo mejor. Suerte.
Se dice que el gusto del lector es algo íntimo y exclusivo, y que lo que se experimenta ante una lectura depende mucho del instante en que se lee. Este cuento de hadas es un texto hipnótico, como una circunferencia mágica que merodea en torno a los abismos de dos personajes y cuatro personalidades (ahí queda para reflexionar la cantidad de vidas distintas que pueden caber en una sola vida).
En literatura el gremio de los abnegados y casi extintos fareros y el puntilloso manejo de los faros es un universo cerrado y muy poético, lleno de sobreentendidos, de símbolos, inmerso siempre en lo fabuloso e irreal.
El único peligro en este relato es que su lenguaje y ese destacado tono lírico, como un susurro al oído, asfixien en parte la exposición narrativa del lazo sentimental entre los protagonistas, de sus anhelos y de su matrimonio con el faro y con el mar. O sea, que el brillo del papel del regalo pueda hacer palidecer al mismo regalo. Me ha llamado la atención alguna frase que se repite idéntica en distintos párrafos, supongo que con toda la intención.
Con independencia de todo ello, el relato denota un indiscutible oficio literario en el autor. En su carpeta no tengo duda de que debe haber bastantes más, tan buenos o mejores. Personalmente éste me ha parecido un cuento de los de relamerse (insisto que siempre en función del momento anímico en que se lea. El mío, esta tarde, perfecto).
Qué bueno el cuento, Petrarca!
Me ha encantado esa prosa serena, esas descripciones matizadas de luz,
esa isla-nave varada…
Seguro que estará en la final.
Gracias!!!
Gracias, Leuké, por tu amable comentario.
Tu sensiblidad poética se deja notar también -y mucho- en tu relato.
Suerte y felicidades.
Un magnífico relato, muy visual, donde la ausencia de diálogos sirve para acentuar la profundidad de los sentimientos de los protagonistas. En mi opinión, creo que estarás en la final. Enhorabuena
Gracias, Agnódice, por pararte dos veces a comentar mi relato. Tu opinión, después de haber leído el tuyo, la valoro aún más porque sé que tú tienes el don de transmitir y emocionar con la palabra.
Ya es un premio para mí contar con tu reconocimiento.Gracias.
¡Hola, Petrarca! A mí me gusta imaginar que termina así: » …por donde dicen que descendió, en una noche como esta, el último farero de la mano de su esposa. Se rumorea que comenzaron una nueva vida en paradisíacas playas, recuperando el tiempo perdido». Perdona, se me ha ido la pinza con mi sentimentalismo 😉
Es un relato precioso en el que cada descripción hace un dibujo en nuestra mente, llegándonos incluso hasta los sentidos. 🙂
¡Suerte, Petrarca!
Hola, Juno: ¿Te das cuenta qué poder tienen las palabras? Has añadido poco más de una docena de vocablos a mi final y realizas el milagro de convertir los despojos del amor en algo nuevo, como recién estrenado, transformas el clima de desolación en gozo.
Tú lo has leído así, aunque no esté escrito, ¿o acaso estaba implícito?… Esa escala de luz de luna conduce a unos lectores a un mundo de sueños imposibles y a otros (como a ti) a la transformación radical de la realidad cotidiana.
¡Ah! y me encanta la gente a la que se le va la pinza de vez en cuando.
¡Suerte también para tu relato!
Me ha emocionado este relato, hasta el punto de erizarme la piel. Hermoso cierre poético, para un certamen en el que me habéis enseñado bastante, y he disfrutado leyendo tantos buenos relatos.
Lograr emocionar y hacer disfrutar con la palabra es mi mayor satisfacción. Gracias Yapa mala por tu comentario.
Bellísima la historia y bellísima la prosa que le da forma y contenido. He ido leyéndola no solo con interés, sino también con el alma erizada. Imágenes con una capacidad de evocación y sugerencia increíble. Es un gran relato. Enhorabuena.
Este relato es una piedra preciosa que cierra el Certamen. Y si fuera un huevo sorpresa, llevaría premio dentro. Gracias por haberlo hecho y que haya podido leerlo.
El premio mejor para alguien que empieza a escribir es que logre «erizar el alma» a algún lector. ¡Qué bonita expresión, Gaia! Tu sensibilidad también está presente en tu hermoso relato.Suerte
Maria Antonieta y Freya, es cierto que los sueños salvan el desgaste de la convivencia, pero no menos cierto que cuando se ama todo es posible, incluso que los sueños se hagan realidad.
Bogardilla, agnódice,Duna, gracias por vuestros generosos comentarios. Anaconda,las imágenes son los colores del cuadro narrativo. Y respecto al final… ¿quién dijo que no puede ser dulce la muerte donde se funden la realidad y los sueños?
He visto la isla, el faro, las pocas casas… Es como si ante mí se representara una película en la que las imágenes eran narradas. Un final amargo pero necesario. Muy bien imaginado y contado.
Una descripción encantadora en la que se pueden catar los sentimientos.
Una prosa teñida de poesía que enlaza la realidad con los sueños.
Unas palabras elegidas con minucioso cuidado y gran arte.
Mi enhorabuena.
Un relato que me ha encantado. En mi opinión hay madera de escritor. Enhorabuena
Broche de oro cerrando el concurso, parece, y un dedo en la llaga de mi amor por los faros. Otro dedo en la llaga de la bondad de los sueños. El último en Petrarca. Si es que no puede ser… Enhorabuena.
Bogardilla:
El estar recién aterrizado en este concurso, el no haber leído tu relato y la falta de tiempo me hicieron cometer el error de contestarte en un pack desde el móvil, sin la atención que merece tu amable comentario.
Después de leer tu magistral relato, valoro mucho más tu opinión positiva del mío.
Me alegra mucho que compartamos tantas cosas -poesía, sueños, amor por los faros- y me gustaría tener más dedos no para buscar más llagas, sino para pulsar más fibras de sensibilidades y emociones comunes.
Muchas gracias. Y suerte para el tuyo.
Precioso relato, maravillosa forma poética de narrar una historia donde los sueños tiene el poder de trasformar la dura y desgastada realidad de una larga convivencia.
Original, muy emotivo, se palpa el mimo con el que se trata a los personajes y los detalles.
Enhorabuena Petrarca. Cada relato de este certamen es una nueva sorpresa y esta lectura es un cierre de altura.
Te deseo lo mejor.
Freya
Jamás había visto una forma más bonita de contar con palabras lo que la convivencia y el desgaste son capaces de hacerle al amor. Me ha encantado la idea de que a través del mundo de los sueños, el amor pueda salvarse.
Enhorabuena por esas imágenes preciosas que transportan a los paisajes de las grandes novelas clásicas de Julio Verne.
PRECIOSO, sencillamente precioso.
¡Precioso y poético relato!
Me encantó la metáfora de hallarse en el limite, como más allá del mundo corriente. Recrea sueño y realidad, y a mi me transmitio la sensación de estar en un lugar alejado.
Me gusto mucho, le felicito.
Efectivamente, Libélula, ahí me he querido situar en el límite entre los sueños y la realidad. Pero creo que los sueños no nos alejan de la realidad sino que nos la transforman. Por eso a veces, esa frontera se hace borrosa y por eso surgen cuando se funden los añiles. Gracias, y suerte para el suyo.
Vamos a ver Petrarca..
Es sencillamente MARAVILLOSO!
Estoy commovida por este relato, creo que hay cosas que no necesitan palabras. Me ha enamorado su narración y estoy agradecida por haber tenido la suerte de leerle.
Furtiva, en sus palabras – quizá excesivamente elogiosas- hay tres adjetivos que me halagan «conmovido», «enamorado», «agradecida». De eso se trata (o eso pretendo) al escribir y al leer: establecer conexión directa entre el corazón que escribe y el que lee. Y que surja el temblor de la emoción. Gracias y suerte también.