En cuanto abrí los ojos comprendí que había metido la pata hasta el fondo. Justo delante de mis narices estaba el rostro cetrino de López, el mismo que veía cada mañana al llegar a la oficina, solo que de su boca abierta salía un hilo de baba y sus párpados ocultaban sus ojillos verdosos de anfibio repelente.
Busqué con la mirada mi ropa y tropecé con los objetos anodinos de un cuarto ordenado hasta la obsesión. La encontré doblada sobre la silla, no recordaba haberla dejado así, sino más bien tirada en el suelo, de cualquier forma. Con cuidado salí de la cama, no quería despertar a López, lo que menos deseaba en esos momentos era entablar una conversación con mi compañero de trabajo. Al levantarme, mi cabeza empezó a dar vueltas y me tuve que agarrar a los muebles para llegar hasta el baño. En el espejo descubrí el rostro de una mujer desconocida para mí: una esposa infiel, una adúltera.
No podía dejar de preguntarme cómo había acabado en la cama del hombre que más detestaba de toda la oficina. Todo empezó con la cena de Navidad de la empresa, que este año se había celebrado después de las fiestas porque el jefe tenía gripe. No, empezó mucho antes, en casa de mis suegros.
—Adelita, hija, ven, acércate a mí. —dijo mi suegra.
—¿Qué quiere abuela? —odiaba que me llamara Adelita y se lo había dicho muchas veces. Ella también odiaba que la llamara abuela, era mi pequeña venganza.
—¿No has visto que flaco está el niño?, ¿es que no le das de comer? Claro, siempre pensando en el trabajo, mira que cara de amargada se te está poniendo. Y no hablemos de las patas de gallo…
—No, no hablemos, que me deprimo—contesté como si me tomara sus palabras a broma. En realidad, le decía la verdad, me deprimía hablar con ella.
—¿Qué pasa, Adela? Te veo muy seria—dijo mi cuñada Doña Perfecta.
—Nada, aquí disfrutando del espíritu navideño con tu madre.
—No hagas caso a mami, se pone muy pesada con su artrosis. Ven, quiero enseñarte mi nuevo bolso, y mi regalo de reyes—dijo riendo mientras señalaba sus recién operados pechos.
Detesto las reuniones familiares sobre todo si son en Navidad y en casa de mis suegros. Se lo he dicho mil veces a Lorenzo, pero él me contesta que es algo inevitable, como que haga frío en invierno. Se lo dije esa noche: Lorenzo, sácame de aquí o no respondo. Para entonces ya había aguantado docenas de comentarios mordaces sobre mi aspecto y algunos más sobre la delgadez de Luisito, parecía no haber más temas de conversación en aquella casa.
—Yo creo que deberías llevarlo a un buen pediatra, esos medicuchos de la Seguridad Social no saben ni donde tienen la cara—concluyó mi suegra después de media hora de discusión sobre si sería bueno darle aportes vitamínicos o no. Yo apostaba por esto último, que era la recomendación de la pediatra que veía a mi hijo en el centro de salud.
—Está sano—alegué, cada vez más hundida—eso es lo importante.
—Bueno, dejemos al niño, hablemos de ti, querida—dijo mi cuñada. Por un segundo creí que venía en mi ayuda, pero no era así—¿Cuándo piensas operarte los pechos? Puedo recomendarte a mi cirujano, por un poco más te puede quitar las bolsas de los ojos y borrar esas arrugas que te han salido en las comisuras de los labios.
Miré a Lorenzo en busca de ayuda, pero él parecía absorto en la tarea de descuartizar una langosta. Nunca me apoyaba cuando estábamos con su familia. Lo miré como si no lo conociera, como si fuera la primera vez que lo veía. Era un hombre débil, estrecho de hombros y de mirada huidiza. Cuando conocí a Berta, mi suegra, comprendí de dónde venían todos sus complejos. La madre de mi marido era una mujer fuerte como un caballo percherón y tenía cara de equino: ojos saltones, mentón alto, nariz achatada. Aquel pobre hombre que luchaba a vida o muerte con una langosta en vez de sacarme de allí de una vez por todas no podía ser mi marido. No podía ser el mismo hombre maravilloso que, cuando éramos novios, me traía una rosa cada mañana, aunque tuviera que saltarse la valla de un jardín para robarla.
—¡Adelita, despierta! ¿Qué te pasa? Te has quedado embobada —dijo mi cuñada.
—No pienso operarme de nada si no es necesario.
—Bah, qué aburrida eres, chica.
Cuando en la televisión apareció el Rey e inició su discurso todos se callaron. Yo solo tenía ganas de llorar, un nudo me apretaba la garganta e impedía que el aire llegara bien a mis pulmones. Noté que me ponía roja, como pasa en los dibujos animados cuando alguien está furioso.
Y aún faltaba mi cuñado Héctor. Sabía que cuando llegara, la situación empeoraría. Él nunca venía a la cena de Nochebuena porque la pasaba en casa de los padres de su mujer, aunque llevara más de cinco años muerta. Vivía atrapado en el pasado y actuaba como si Eleonor, su difunta esposa, aún estuviera viva. Por eso no llegaba hasta los postres. Por eso siempre preparaba dos copas para brindar, las llenaba y se las bebía las dos. Luego, seguía bebiendo bajo la mirada reprochadora de su madre. En ese momento sentía simpatía por él, era otro garbanzo negro en aquella familia de esplendorosos rizos de oro. Pero esa sintonía duraba poco, el tiempo que Héctor tardaba en coger la cogorza, pues cuando estaba borracho era insoportable. Los últimos años le había dado por perseguirme cuando iba a la cocina o al baño, me llamaba con el diminutivo que utilizaba para su esposa, Eli.
—Eli, déjame que te toque el culo, anda, no seas borde.
—No soy Eli, soy Adela y no te pego una hostia porque estás borracho que si no…
—Eli, déjame que te de un besito en tus preciosos morritos.
—Joder, tío, déjame ya—le contestaba yo y descargaba en un codazo todo el odio y la rabia que me inoculaba su familia.
—Eli, me has hecho daño…
—Vete a la mierda—escupí con palabras envenenadas. Pensándolo bien, Héctor era un buen desahogo, a él le podía decir todos los insultos que me callaba en la mesa del comedor—cabrón, hijo de puta, Eleonor está muerta, acéptalo ya.
Nada más decir esto me sentí la mujer más ruin del mundo y no pude evitar abrazar a mi cuñado y decirle que lo sentía mucho. No sé si él había escuchado mis últimas palabras, pero aprovechó el abrazo para meter su mano debajo de mi blusa. Mi respuesta fue una bofetada que resonó en la cocina, e incluso llegó a oírse en el comedor. Me fui corriendo y le pedí a Lorenzo que me sacara de allí. Me miró con sus ojos domesticados y luego miró a su madre, agachó la cabeza y se entretuvo mordisqueando un trozo de turrón de chocolate.
La voz de López alejó mis recuerdos de la cena de Nochebuena en casa de mis suegros. Me devolvió al presente de forma brusca, incluso me tambaleé, como si me hubieran asestado un mazazo. Me puse el vestido que la noche anterior me había parecido elegante a la par que atrevido y que hoy me daba el aspecto de una fulana barata, pasada de copas y de años. No sabía qué cara ponerle a mi compañero, ni qué decir. No me atrevía a salir, pero él seguía llamándome en un tono dulzón que molestaba a mis oídos.
—Por fin, Adela, pensé que no ibas a salir nunca del baño.
—López, esto no ha ocurrido, ¿lo entiendes? Yo no he estado en tu casa, ni muchísimo menos en tu cama, lo negaré aunque me despellejen viva—dije con todo el aplomo y la mala leche que pude reunir—Y será eso lo que haré contigo si se te ocurre presumir delante de los compañeros de la oficina, despellejarte. ¿Entendido?
—Pero, Adela, yo…Déjame que te explique
—No, no quiero hablar nada contigo. Ahora me voy a marchar y no intentes detenerme.
—Adela, por favor, no es lo que tú crees…
—He dicho que no hay nada que hablar, ¿entendido?
No podía soportar la idea de que aquel tipejo me explicara lo que habíamos hecho la noche anterior, por suerte no recordaba nada y así quería seguir. Ahora tenía que pensar la excusa que le iba a poner a Lorenzo. Le diría que había pasado la noche en casa de Marta.
Cuando llegué a mi casa Lorenzo todavía dormía. El reloj del salón marcaba las siete de la mañana. Me fui directa a la ducha, luego retiré de mi cara los restos de maquillaje y encontré de nuevo mi verdadero rostro. Lo de López me pareció un mal sueño, aunque recordar aquella casa tan impersonal como ordenada me ponía el vello de punta. Su mesa de despacho también era así, cada cosa en su sitio, con una precisión milimétrica.
Lorenzo se levantó después de las once, me dijo que la noche anterior había tenido jaqueca y que se tomó un par de pastillas para poder conciliar el sueño. Con los ojos aún pegados me preguntó a qué hora había llegado.
—A las tres—mentí—no quise despertarte.
—Te eché de menos anoche—dijo mientras me abrazaba por detrás—No sé por qué, pero tenía miedo a que no regresaras. Fíjate, qué locura.
—Sí, qué tontería, solo era una cena de empresa—contesté, mientras acariciaba la idea de no volver nunca más y, sorprendentemente, me sentía bien. Aún recordaba su actitud sumisa en Navidad, su falta de coraje para defenderme ante su familia.
No me resultó fácil acudir el día siguiente al trabajo. La mesa de López estaba justo enfrente de la mía. Por suerte, no me habló en todo el día, ni siquiera me dedicó una mirada. En realidad, no habló con nadie, como si quisiera demostrarme que no iba a traicionar nuestro secreto.
Al final de la jornada López y yo nos quedamos solos, cuando me di cuenta apagué el ordenador a toda prisa, no quería más intimidades con mi compañero. Sin embargo, él se acercó a mi mesa y empezó a hablar.
—Adela, tengo que decirte algo.
—No tenemos nada que hablar, ya te lo dije anoche.
—Déjame—repuso con decisión—no me interrumpas. La otra noche no pasó nada, al menos nada de lo que me hubiera gustado a mí. Te pusiste muy alegre después de la cena, bebiste mucho en aquel pub. La gente se fue marchando, te negaste a irte con Marta y ni escuchaste a Raquel cuando te pidió que te fueras con ella. Todos se marcharon, pero yo no me atrevía a dejarte sola. Cuando te caíste en la pista te ayudé a levantarte y pedí un taxi. Te pregunté por la dirección de tu casa pero no había manera de sacarte nada. Decías que no querías volver con el estúpido de tu marido, que te llevara a mi piso. Nada más llegar te desnudaste y me pediste que te…, bueno, ya sabes. Lo deseaba mucho, no te puedes hacer a la idea de cuánto. Tienes un cuerpo precioso… Perdona, no debería haber dicho eso. Durante años he soñado con ese momento. Sin embargo, comprendí que no podía ser así, que estabas borracha y que a la mañana siguiente te arrepentirías, así que te metí en la cama, te abracé para que entraras en calor y en pocos segundos te quedaste dormida. Eso fue todo lo que pasó.
Lo había estado escuchando con la boca abierta. Me di cuenta de que no recordaba su nombre, que en la oficina siempre nos referíamos a él por su apellido. Le di las gracias y le pregunté cómo se llamaba, mientras acariciaba con ternura su mejilla y fijaba mi mirada en sus brillantes ojillos verdes.
Quería saber el nombre del hombre con el que iba a tener mi primera aventura…
Muy entretenido tu relato. Se lee con mucha facilidad. Y qué decir de las reuniones en Navidad!!!
Suerte en el certamen.
Gracias, Duna.
Este relato lo escribí a petición de un amigo, me pedía que mostrara una escena de Navidad, en el último momento decidí presentarlo al certamen. No sé si habrá suerte, pero lo importante es que me divirtí mucho escribiéndolo.
Saludos
Entretenido relato que engancha desde las primeras líneas. Me lo he pasado muy bien ¿Qué más se puede pedir? Enhorabuena y suerte.
Gracias, Agnódice.
Como decía antes, yo también me divertí mucho escribiéndolo.
Saludos.
Un buen relato con intriga inicial que sin embargo tiene sorpresa final y que me dejado un excelente sabor de boca.
Enhorabuena Rabadan. Suerte 🙂
Gracias, Freya.
Me alegra mucho que hayas disfrutado con el relato.
Saludos
Un relato que es todo un ejemplo de ritmo narrativo. Empezando por el gancho inicial, idóneo, y siguiendo con la dosificada información al lector de los personajes y de las relaciones entre ellos, del contexto y los antecedentes que les llevan a actuar y a tratarse de esa manera y no de otra. Con un lenguaje eficaz y ausencia de palabrería. Así hasta la resolución del episodio. No es nada sencillo y yo personalmente le encuentro mucho mérito, demuestra un elevado dominio de la narrativa cuentista.
Para mí el argumento tiene un valor secundario. Se trata de una situación doméstica cruzada con otra laboral, habituales e identificables. En cuanto a los personajes, se les cala pronto: un selecto ramillete de familiares políticos, como tantos que pululan por este valle de lágrimas y que se dejan en casa las máscaras durante los fastos navideños. El desenlace –es decir, que averigüemos lo que sucedió de verdad en la primera escena o conflicto de arranque- se intuye hacia el comienzo del último tercio, debido a que, opino, el autor nos lleva a sospecharlo con ciertas frases quizá demasiado explícitas. En cuanto a naturalidad, los diálogos no son de traca, desde luego, ni siquiera la confesión final de López, algo ortopédica, pero cumplen su papel en el relato sin un solo resbalón.
Insisto en que, aparte de lo acertado del vocabulario, me ha gustado mucho el ritmo, la perfecta armonía de los diálogos con la voz narradora de la protagonista. En esto, muy, muy bien. Sobresaliente.
Muy tierna y emotiva la parte final.
Le felicito!
Me ha gustado tu historia, Rabadán. Me ha ido enganchando poco a poco, pero sin pausa. Describes muy bien ese ambiente de frustración y malestar con la pareja. Nada mejor para ilustrarlo que una cena con la familia política y, encima, la de Nochebuena. Expuesta la causa, nos muestras la consecuencia: una mujer infeliz, que caerá en los brazos de su odiado compañero, pero este sabrá como conquistar a una mujer… Rabadán, apostaría a que eres una mujer, por ese final que has hecho. Enhorabuena y suerte.
Muy bien narrado,un personaje con mucha fuerza descriptiva.
Me ha gustado leerte,Rabadán!!
Mucha suerte, te felicito.