Nº42- La llave y los dos cerrojos. Por Tío Camuñas

Nada, ni una despedida.

     Abandonó el terror después de demasiados años. Al ritmo de su paso el corazón iba estrujado, pero pasaría, recordó la existencia de buenos sentimientos. La congoja se agarraba a su garganta, en el alma una incertidumbre y a la cabeza se cimentaba la convicción de estar haciendo lo correcto. Algunos hematomas le mapeaban el cuerpo; sin embargo la decisión concebida durante tanto tiempo, y ahora con mayor motivo, le abastecía de fuerzas para seguir avanzando en el camino escoltada por la oscuridad.

     Tomasa Ballesteros en medio de una soledad extrema, se sobrecogió el instante que un ladrido cercano le hizo volver la cara. El horizonte supuraba inquietud. Aquella madrugadora mañana fue calentándose por momentos y como un bálsamo afloró la calma al renacer los colores. El camino tendido, extenso y festoneado a ambos lados por un cereal vano, no tardó en desembocar en la carretera comarcal, y seguramente en “el Día de mañana”; ése que siempre mencionó su madre y que ella visualizaba como un lejano día dorado. Que tal vez marcase el principio del Futuro colmado de prosperidad. Un vientecillo fresco levantó el polvo de la calzada y aunque se convertía en barro bajo sus pies y sobre la suela de esparto, le aligeraba el andar.

     «Como vuelva a verte leyendo te parto la cara». Aún resonaba en todo su ser esa frase amalgamada con el miedo. La lectura fue lo único que le ayudó durante años a evadirse. Tiempo atrás, cuando creyó que lo suyo era un desarreglo menstrual, se dijo saturada de tensión: “Ya no aguanto más”.

     Pero esperó. Otra vez más, sintiéndose cobarde ¿Dónde iba ir ella? Sin estudios, ni oficio ni beneficio. Fue en la segunda falta cuando encaminó sus pasos a la botica, al lado de la ermita donde contrajo matrimonio; la única de los alrededores, para llevar la primera orina de la mañana ¡No podía ser!… Quince años de matrimonio y sin ningún retraso, ni aborto: sin hijos.

     En la sucesiva mañana el mundo resultó totalmente distinto para Tomasa. No podía creerlo, quizá se habían equivocado en el análisis. Días después decidió  ir a la casa de Don Benito, el añejo médico del pueblo. Quien le confirmó un embarazo, y además sentenció que se desharía dado su edad y la cantidad de años sin tener hijos.

     «Estos embarazos tardíos en madres primerizas, no llegan a buen término. Y los que lo hacen dan mal fruto». ─Pontificó Don Benito mientras movía negativamente su escaso cabello blanco.

     La madrugada vísperas del patrón, Tomasa, con la fuerza que le proporcionaba la revolución en sus fondos, partió de la aldea inhóspita. Dejó atrás su vida y la de sus antecesoras, que habrían pasado peores situaciones, pero ninguna se atrevió hacer lo que estaba haciendo ella. Abandonó el domicilio conyugal aquella estrenada mañana. Sin denuncias. Había esperado demasiados años con la esperanza de que él cambiara, tras la promesa de: «No volverá a pasar, lo hago por tu bien…» Lo único que cambió fue ella: se ajó. Ahora es mayor que su edad y ha trabajado en el campo como la burra que no tuvieron, le pesan las piernas y tiene que hacer pequeñas paradas en el camino para coger aliento.

     Hizo autostop, como había visto en la tele. Iba sin dinero, sólo cogió de sus pertenencias: alguna sábana rematada con bolillo que le tocó de su abuela, y que fue la suya de boda, “buen algodón el de entonces” una muda, la foto ajada en sepia, un libro, dos piezas de fruta y una cantimplora con agua. El hatillo le pesaba en la cabeza como cuando iba a lavar a la junta de los ríos, entonces las piernas iban ligeras. En aquel tiempo el corazón lo llevaba siempre a rebosar de ilusiones y de esperanza en el futuro. Ahora era ahí, en las entrañas, donde un débil calambre la recorría por dentro, ese era el motor que le empujaba a seguir andando y lo que la arrancó para lanzarse al mundo.

     Su madre, viuda, había consentido que Nemesio la rondara. Hombre trabajador de sus propias tierras, buena presencia y con un mal vino. Tomasa y él se casaron al cumplirse la cuarentena de la muerte su progenitora. Ella de negro y él con su único traje, el de pana.

     Se arrepintió de aquel desposorio un año después, cuando los hijos no llegaban y a su marido el vino cada vez lo hacía más agrio y dañino. Tomasa se casó enamorada, él no sabía lo que era amor, lo hizo para que alguien le cuidase. La mujer supo que tenía que aguantar.

     Fue la segunda mujer con quién Nemesio se relacionó. La madre de éste había muerto en su tercer parto. Los dos hermanos fallecidos antes de nacer él habían contribuido al resentimiento del padre con la vida, que lo crió en la casucha de una sola estancia en las afueras. Sin muestra alguna de cariño, con leche de cabra y almendras molidas había oído decir desde siempre Nemesio. Y cuentan los viejos del lugar que a los siete años ya se iba con las cabras campo adentro. Con poca más edad en primavera y verano se quedaba alguna vez para hacer noche, al resguardo de una cueva cuando el pasto estaba alejado. Muchas veces sobre un muletón fosco, apoyado en cualquier arbusto en medio de la vasta oscuridad, su única distracción era localizar el Carro con las cabrillas en la bóveda celeste y el Camino de Santiago. Sin olvidar el deber de prestar oído por si escuchaba merodear alguna zorra, o cualquier culebra entre el crepitar de las llamas en la hoguera. Así llegó a la pubertad, con urgencia. Nunca existió la posibilidad de que aprendiera a leer, demasiadas labores, escaso dinero y ninguna tradición de libros.

     Poco antes de esconderse la luz Nemesio volvía silbando, orgulloso del deber cumplido y rodeado de su rebaño invasor, con el zurrón a rebosar de bellotas que repartía a los chavales en la pedanía cercana. Allí se relacionó algunas tardes y por vez primera con una mujer. Meses después en el permiso del servicio militar, ella le comunicó que se encontraba en estado. Pero las malas lenguas informaron a Nemesio que la habían visto pasear por la carretera con otro. Fue la primera vez, no la última,  que la ira, aparte de con los animales, le nubló los sentidos y a ella le atizó una gran paliza, ayudado por una silla baja que encontró a mano. No quiso volver a verla pese a los recados que la mujer le envió jurándole su paternidad.

     Años más tarde, cuando ya estaba solo, con achaques y abandonado por Tomasa, llamó a su casa un mozo en quien Nemesio se reconoció diecisiete años atrás. Y que le dijo:

       ─Me llamo Genaro. Madre, que murió la semana pasada, siempre dijo que eras mi padre─ y Nemesio por contestación abrió la puerta de par en par. Con la voz idéntica y áspera que la del hijo soltó:

     ─Pasa.

     A partir de entonces amó por primera y última vez.

     El mismo año del nacimiento de Genaro, Nemesio había conocido a Tomasa. Era el día de Santa Lucía, cuando las modistillas pese al frío festejan su patrona toda la jornada. Van de casa en casa para recogerse unas a otras y beber una palomita de anís. Y después de ir a misa pasean por el pueblecito manchego de casas chatas, que permanecen impasibles al contraste de la juventud entre sus tapias desconchadas, y al eco de las risas que resuenan en las calles vetustas y empedradas. Cuando la festiva tarde se enfría, las mozas rondan con alboroto por la carretera cogidas del brazo hasta que la luz se extingue en la llanura, apresuran el paso de sus medios tacones domingueros, y fue entonces cuando Nemesio se acercó a Tomasa. De primavera desojada y solterona, murmuraban. Su futuro era vestir santos, decía la misma gente que nunca vio acercársele hasta entonces varón alguno. Nemesio creyó ver en ella a la mujer que lo atendería siempre. La falta de belleza o la diferencia de edad no era un problema…

* * *

 

     …Tomasa dejó de recordar cuando llegó a Valdepeñas, el mayor pueblo que había visto. En su cuerpo tieso se había cumplido la tercera falta y la vejiga aguantaba poco. Lo primero que hizo al bajarse del remolque que la había recogido en la carretera, fue orinar, allí en la entrada tras una desmoronada tapia de adobe. ¡No podía más! Fue diluyéndose el sentimiento que acompasó a sus nervios trastornados. Y apreció paz en su interior pese al cansancio, la incertidumbre y el miedo. Tuvo que faenar algunos días en las viñas envuelta por la mirada acechadora de los hombres. Después trabajó en la fonda donde se hospedaba. Nada le fue regalado, ni resultó fácil; aunque salió adelante sola y con el fruto de aquel embarazo.

     Hoy, años después, tiene el cuerpo derrengado y es más vieja de lo que corresponde a su edad; pero es independiente. Se siente orgullosa. Si la viera su madre… Tiene una hija de diez años que mira desde unos ojos achinados, con una sonrisa ladeada y perpetua, algo babosa; dicen que tiene el síndrome de… lo que ella no ha querido aprender a pronunciar. Gracias al valor que tuvo aquel día, su hija no soportará los golpes de su padre y confía que de ningún hombre.

     Todas las noches cuando duerme la razón de su vida: Angelita Ballesteros; su niña, y desde que Tomasa hizo el recorrido por aquella carretera comarcal que le llevó a su aparente liberación, atranca la puerta como quién cierra la tapa de un baúl del que no quiere que salgan los recuerdos. Aparece en su rostro una mueca antigua e inmóvil al echar la llave y los dos cerrojos, y entonces él, aún se cuela en sus pesadillas.

 

 

9 comentarios

  1. Un relato que raspa, duele y nos deja comprender que siempre podemos y debemos buscar una salida.
    El ambiente rural lo enriquece.
    Me gustó.

  2. Me gustó mucho.
    Suerte.

  3. Supongo que enmarcando la historia en un drama rural has querido crear el escenario más afin. Las vivencias que relatas se ven en todas partes, en aldeas, pueblos o ciudades: el interes en las relaciones suplantando al amor, el maltrato de género, la curiosidad del hijo desconocido en querer encontrarse con sus orígenes. Tú o usted, Tio Camuñas, has vestido el relata con una preciosa literatura.

  4. Odiseo González

    Una historia dura. La vida es dura, y para algunas personas muy dura. Suerte Tío Camuñas.

  5. Hola tio Camuñas:

    Un himno a la valentía de nombre Tomasa. La mansedumbre en voluntad nunca estuvo reñida con las almas imbatibles. Al final una señal aviva con la fuerza de un volcán al espíritu inconquistable.

    Me encanta este relato, que retrata la ternura tan deliciosamente, como crudos los instintos mas abominables.
    Hay guiños poéticos preciosos, descripciones perfectamente ambientadas .. Muy bien narrado. Mi sincera enhorabuena.

  6. Me ha gustado mucho tu conmovedor relato. Es tierno, triste y duro; pero, al mismo tiempo, es un canto de esperanza para todas las mujeres maltratadas.

    Ha habido descripciones y/o expresiones que me han parecido bellísimas: «El horizonte supuraba inquietud»; «el camino tendido, extenso y festoneado a ambos lados por un cereal vano»… También me ha gustado mucho ese narrador en 3ª persona, omnisciente, que se mete tan bien en la cabeza de Tomasa. Me parece un buen relato. Enhorabuena y suerte.

  7. Un relato áspero y tierno a la vez. tan real que casi huele al azafrán que la gente de la Mancha atesoraba en ese baúl donde se guardaban las sábanas de la dote, las fotografías antiguas y, como dices, los recuerdos. Un relato que huele a historia antigua y a hechos que aún no hemos conseguido erradicar.Espero que tengas suerte

  8. Es curioso que pueda tener un final feliz una vida tan dura. Ya se sabe que la felicidad es un sentimiento subjetivo y propio que no está supeditado a lo que tienes ni a lo que eres, sino más bien a como te adaptas. Con todo, no deja de sorprenderme que con tan pocos medios se pueda superar tanta barrera. Gran relato con una historia, en mi opinión, creíble que propone la fuerza interior de alguien que es capaz de salir adelante ante con todo en contra. Enhorabuena y suerte

  9. Que conmovedor relato Tío Camuñas, que dura historia y que bien contada.Pasaré a releerlo.
    Enhorabuena y suerte.

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