Y ahora, al cabo de los años, tengo una bandada de golondrinas.
Llegó una pareja, hace ya tiempo, y empezaron a hacer su nido en uno de los rincones del balcón de mi dormitorio.
Al año siguiente volvieron las primeras, y otra pareja más construyó su casa en la esquina opuesta.
Yo las oía piar bajito, cada una desde su rincón, como una conversación íntima, de amistad, con esa voz tenue de esas verdades que nunca hacen daño.
Criaron unas y otras, y al anochecer se agolpaban en un vuelo desbaratado hacia mi balcón. Tapizaron el suelo de cagaditas de todos los tamaños y texturas, pero al cabo de unas semanas las crías comenzaron a volar.
En el amanecer y en la atardecida, las veía revolotear y me acercaba muy despacio para envidiar sus alas, escondida tras la cortina, para que no me vieran.
Una tarde, una golondrina pequeña se topó con otra antes de entrar al nido y cayó dentro de mi habitación.
La cogí. No sé quién de las dos estaba más asustada. Su corazón iba a mil por hora, y el mío también. La hablé en voz baja, para tranquilizarla, y pasé el dedo índice por aquella cabeza diminuta, muy despacio, avergonzada por retenerla, fascinada por la velocidad de su latido.
Sorprendentemente, no hizo nada por marcharse. Comenzó a cerrar los ojos, lentamente, hasta apoyar su pico en mi mano. Sus pulsaciones se hicieron más lentas, acompasando su miedo con el mío.
Desde fuera, desde el balcón, oíamos piar a las otras. Solamente cuando alguna gritaba más alto que el resto, ella abría un poco los ojos, pero luego volvía a cerrarlos, como cuando un ruido nos arranca del sueño, pero no consigue mantenernos a flote en la vigilia.
Hubiera podido estar así mucho tiempo, os lo aseguro, cuidando su sueño, pero no se puede retener, cerrando el puño, lo que ha sido diseñado para volar. Así que abrí la mano muy despacio, sintiendo ya la nostalgia de lo que aún no había perdido.
Fue tan lento el movimiento de mi mano que tardó unos segundos en darse cuenta de que ya era libre. Puede que abriera los ojos apenas o que sintiera la falta de calor de mi mano. Nunca voy a saberlo. Pero esos segundos en los que estuvo en mi palma abierta, justo antes de levantar el vuelo, supe cómo late la palabra libertad.
La miré alejarse en el aire, aún con la palma hacia arriba. Era muy torpe al principio el movimiento de sus alas y yo seguía con la vista su vuelo trastabillado, con el alma en un puño. Puede que fuera demasiado pequeña aún para mantenerse tanto tiempo en el aire…
Pero, poco a poco, el movimiento de sus alas se volvió más elegante, más seguro. En uno de sus giros pasó tan cerca de mí que pensé que casi habría podido rozar sus alas si hubiera alzado mi mano.
Y, en realidad no sé muy bien por qué, levanté mi brazo, como quien desafía un imposible y cerré los ojos, sabiéndome ridícula y sola en mi balcón, disfrutando de esas milésimas de segundo que preceden el desencanto; pero tuve que abrirlos de nuevo al notar su pequeño cuerpo, apenas quince gramos, sobre mi palma abierta.
Pero de eso hace ya mucho tiempo y muchos nidos.
Ahora, cada mañana, cuando salgo al balcón, levanto mi mano y una de mis golondrinas se posa en ella.
Y si no lo hago, son ellas las que entran en casa, vuelan por el pasillo, alegres y desordenadas, y me buscan por las habitaciones.
Cuando me encuentran, leyendo en la mecedora o trabajando en algún cuento, se posan en mi hombro o en mi pelo y tengo que regañarlas, porque no saben estarse quietas.
Otras veces, cuando salgo a la calle, a comprar el pan o a pasear un rato, ellas vienen conmigo; revolotean a mí alrededor, me envuelven en sus giros, me rozan, se cruzan y me hacen reír.
Yo saludo a los vecinos, doy los buenos días, y me alejo con ellas por la acera, temiendo el invierno que precede todas las primaveras.
Enhorabuena, y (con todo mi repeto al resto de participantes) preparate para ganarlo porque técnicamente es el único redondo, en el que nada sobra, ni falta, ni chirría, ni hay que leer algo dos veces, ni se hace pesado, ni es una historia fea, ni tiene un final decepcionante, por el contrario, es la sencillez literaria, pura, magistralmente buscada y hallada para dar paso directo a la belleza y a las emociones más sublimes y puras a la vez. Es excepcional y creo que podría resularía muy dificil a un jurado justificar el puesto de otra obra por delante de estos «Quince gramos de libertad».
Enhorabuena, Leuké. Es un placer compartir contigo sensibilidad y, ahora, emoción y alegría de finalista.
Muchísimas felicidades Leuké
Original, conciso, sensible, poético. Felicidades por tu lugar como finalista. Abrazo!
Te felicito por estar entre los diez finalistas.
Abrazo.
Enhorabuena, Leuké: tus golondrinas han llegado alto y lejos, como merecían. Espero hacer realidad un encuentro antes de que vuelen a lugares más cálidos. Un abrazo.
No había tenido ocasión de leerlo. Es una miniatura deliciosa. Un trabajo de orfebre.
Mi doble enhorabuena.
Lo dije: quince gramos de poesía.
Felicidades
Exquisito, mágico si, maravillosa magia de cuento de hadas, aunque salido de una realidad muy cotidiana, pero que muy poca gente puede captar o disfrutar, y menos aún es capaz de transmitirlo con esa sencillez en aras de esa gran fuerza narrativa que te arrastra para colocarte en el cielo también.
Gracias, muchas gracias por compartirlo con nosotros.
Hermoso relato, Leuké, lleno de sensibilidad y de ternura.
Me admira la plasticidad de tus imágenes, cómo sabes captar y transmitir sensaciones: la gracia y la fragilidad de lo diminuto en la descripción de la golondrina, o la alegría y la algarabía del vuelo en la parte final.
Enhorabuena. Y suerte.
Un relato enternecedor que en estos tiempos se agradece. Cuando leía cómo en esos segundos en que estuvo en la palma de su mano supo como latía la palabra libertad, me recordaba a los millones de animales enjaulados, atados, maltratados… Muy poético y bien escrito.
Suerte, Leuké
Veo una historia dibujada con aparente sencillez, pero con un profundo mensaje.
Bien hecho.
En mi opinión un buen relato, y quien ama la naturaleza, a los otros seres vivos y a la libertad, propia y ajena, tiene que ser una buena persona, de las que me gusta rodearme. Enhorabuena y suerte.
Una maravillosa historia, sencilla hasta cierto punto, porque el concepto del que habla, aunque en este caso los sujetos sean las golondrinas, es aplicable a otros muchos personajes o personas, otras muchas situaciones.
Esa sensibilidad y sutileza con la que escribes Leuke es una invitación a sentarse (o posarse)y quedarse revoloteando cerca.Una delicatessen.
Enhorabuena y suerte.
Muchas gracias por vuestros comentarios!
Me ha encantado lo del «caramelo», lo de «quince gramos de poesía» o lo de «volver mágico lo cotidiano».
En realidad, vecino Zoltan, hay mucho más de real que de imaginado en este relato. A veces solo hay que fijarse un poco más para ver lo imposible 😉
Un abrazo a todos!!!
Una historia sencilla y bonita, contada de forma sencilla y poética, que me hace ver y sentir la levedad y la libertad. También la sensibilidad de Leuké. Gracias y suerte.
Más que un relato, un caramelo.
Cuando se tiene gracia para contar no es necesario mucho más para dejarte un par de raciones de sensibilidad.
Muy bonito. Me encanto.
¡Le felicito!
Es un poema que vuelve mágico lo cotidiano.
Tiene ese sabor inconfundible de lo que está bien escrito.
Poca gente sabe manejar así las palabras.
¡Enhorabuena, vecina!
Muy dulce, tierno y lindo. A mí también me da penita que estemos echando a las golondrinas de nuestros pueblos y ciudades, pero siempre habrá primavera en algunos corazones (huy, qué cursilería).
¡Hola, Leuké! Qué bonito es tu cuento y qué encantador simbolismo. Ojalá fuera tan fácil poder tener con nosotros nidos de golondrinas que hasta den paseos por nuestra casa con su elegante vuelo, y sin dejar «huella»; sería maravilloso. 🙂
¡Suerte!
Es muy bonito, inspira poesía y magia.
Felicidades Leuké.
Muy dulce. Tiene mucho encanto este relato y, como dice Distinta, son quince gramos de poesía. Mucha suerte.
Delicioso, simplemente.
Quince gramos de poesía.