I
Entre la pesadez del cuerpo y la ligereza del sueño, un olor a humedad traído a lentos pasos a la recámara desde el balcón, me recordó que hacía ya unos días que me esforzaba por acostumbrarme al clima de esta ciudad. Junto al bochorno, la ausencia del cuerpo que durante las noches se convierte como en una extremidad más del mío, al que sentía ya lejos de mí, hicieron que mi último ronquido se vertiera en un tosco y súbito suspiro que acabó por despertarme. No es fácil acostumbrarse a los sesenta. Tampoco a recibir premios. Escribir discursos es divertido, sobre todo cuando se trata de reñir en la añoranza con el joven que fui y que quiso cambiar la realidad que se le presentaba ante sus ojos indignados de injusticia y miseria. Pero ahora soy un personaje de las novelas que me cambiaron para siempre y que durante años traté de imitar. Recostado en mi lecho, veo con viva nostalgia los momentos y recuerdos que marcaron mi vida. Ignorando la idea del tiempo como algo lineal, mezclando fechas con lugares y sonidos con aromas, eternizando minutos que alguna vez parecieron siglos, comprimiendo años o décadas al resumirlos en un poema o una novela o un viaje o una mujer; veo mi vida morir y renacer y contarse de nuevo, como si la estuviera escribiendo Faulkner, o alguno de los miles que quisimos serlo. Disfruto jugar al transgresor literario usando la historia de mi vida, mientras mi mujer regresa y me reprime con gestos y cojines como piedras que asedian mi muralla de sábanas, que ya se nos hizo tarde de nuevo.
CAPÍTULO SEXTO
(…) “porque la historia de cada hombre es la historia misma del hombre, y sus batallas internas son las mismas que sacuden a la especie. Si, como afirmaban los griegos, somos una minúscula porción de dios o de la fuerza creadora, también el individuo representa fielmente todos sus semejantes. Aunque con nombres distintos, y maneras diferentes de ser representados, los factores e influjos externos que condenan la existencia del hombre, son los mismos y deben su origen a las mismas causas. A la conciencia del hombre moderno, la historia le parece nefasta porque en ella puede encontrar espejos que le devuelvan la imagen ante la cual se niega a reflejarse. La historia de la barbarie humana es también “la historia” del presente en que vivimos”.
II
Su concepción del tiempo es distinta a la mía, naturalmente. Ahora, demasiado excitada por recorrer la ciudad, da vueltas en la habitaciones mientras se arregla y señala en el mapa los todos los sitios que no debemos perdernos. Por fin me levanto de la cama y le digo, no sin recelo, que tengo que revisar y terminar el discurso. –Tú te lo pierdes; me voy con Karen. No se te olvide mencionarme en el discurso-. Antes de cerrar por completo la puerta, me dice sin mirarme a la cara: -por cierto, entre sueños estuviste mencionando a Augusto.
LA LUCHA ACTUAL: ENCONTRARNOS A NOSOTROS MISMOS
“Cuando por fin algún pueblo se libere de sus opresores, quienes les han negado su pasado, será la rama de la hoja que se incendia y que prenderá a sus hermanos para que por fin se ilumine nuestro futuro que también nos ha sido negado.”
III
No recuerdo la última vez que ese nombre fue mencionado entre nosotros. Era como un pacto jamás hablado pero siempre respetado. Si en alguna charla, el tema que se desarrollaba estuviera en camino de conducir a él, alguno de los dos desviaba la mirada y cambiaba el tema rápidamente. Había sido mucho el largo silencio, pero quizá solo faltaba una mínima fuerza (como mi balbuceo de anoche) para que por fin se derribara la endeble pared que habíamos construido. A pesar de ese hermetismo por hablar de él, fueran muchas las veces en que estuvo presente en mí. Negar su existencia era negar el mejor periodo de mi vida.
Fue a mitad de siglo, cuando mi primer libro ganó un certamen literario. Con el monto del premio, viajé a esa ciudad dorada al otro lado del océano que me esperaba desde que decidí dejarlo todo para ser escritor. Cuando llegué, su destello que más bien era metafísico, me confirmó que mis anhelos no eran otra más de mis ficciones. Era cierto todo lo que se decía de aquí. Y entonces sí se hablaba de filosofía y de arte como quien habla del pronóstico del tiempo. Entonces sí había poetas que preferían la noche y la guitarra a la oficina y el aula. Entones sí había artistas que deslumbraban lo mismo al bohemio que al estudiante o al antropólogo. Sí del limbo humanista y cultural.
Ahí fue donde lo conocí a él, en algún café que pudo haber sido el lugar donde nació una novela de la generación perdida. Estaba junto a un grupo de artistas que hablaban nuestro mismo idioma y que venían de algún pueblo hermano de los nuestros, al que rápidamente me integré.
LA PÉRDIDA DE LA CONCIENCIA HISTÓRICA
“La novedad, entre la nuestra clase intelectual, es ponerse la etiqueta de arrepentidos. Como aquellos pueblos conquistados, en los que las clases gobernantes abdicaron la lucha y entregaron las ciudades a cambio de conservar ciertos privilegios, así, nuestros “pensadores” dejan atrás sus antiguos ideales, para no ser relegados del debate y pasar por soñadores”.
IV
En el grupo que estaba conformado por algunos siete u ocho escritores del nuestro continente, y un par de artistas de esta ciudad, Augusto había pasado a ser algo así como el líder. Gozaba de enorme prestigio en su país, y aquí era reconocido entre los círculos culturales e incluso académicos, pues vivía principalmente de su trabajo como traductor. Inmediatamente hubo entre él y yo un vínculo muy afectivo, primero por nuestros gustos literarios y más tarde por nuestro deseo de cambiar nuestros pueblos en particular, pero que, pensábamos en ese tiempo, eran a la vez uno mismo. Por otro lado, nada ha influido tanto en mi narrativa como los ejercicios inventados por él y que consistían en visitar los lugares de esta ciudad que ya habían sido descritos o mencionados en la literatura universal, para después describirlos nosotros mismos en distintas situaciones, y así comparar nuestra obra frente a la de los clásicos. Al final del día, decía que ese sistema podría aplicarse perfectamente en el terreno político, pues la historia del hombre, afirmaba con vehemencia, es siempre la misma, solamente vivida por personajes distintos (como pasa con los lugares de la ciudad).
En ese perfeccionar nuestra escritura a través de su tutela nos encontrábamos, cuando, como si fuera un manotazo a la mesa donde escribíamos en plena concentración, llegó la primera gran revolución en nuestro continente. La gran noticia conmovió no solo a los que pertenecíamos a esa región, sino al mundo entero. Era la gran oportunidad de combatir el sistema que sometía a nuestros pueblos y les negaba su futuro. Siguiendo su consejo, volvimos a nuestros países a tratar de impulsar la revolución o a participar activamente en la vida política para influir en la conciencia de nuestra gente sobre grandeza del cambio que ya había empezado.
Rebosantes como estábamos del espíritu bohemio, volvimos a nuestras tierras, para cambiar la realidad ya no con palabras, sino con acciones.
SOBRE LA COMODIDAD INTELECTUAL
«Si los modelos político-económicos probados en el pasado (con una base ideológica mal aplicada, corrompida) tuvieron como consecuencia su derrocamiento y la eventual imposición de un nuevo orden, el cual tiene los mismos efectos desastrosos en las sociedades que antes, ahora a ciertos pensadores les da por excusarse en los errores de dichos sistemas para no penetrar en la abyección de este nuevo orden, que conduce a la negación del hombre en su esencia…)»
Dejó de teclear la máquina y se recargó con violencia en la silla. Se quitó los anteojos para tallarse los ojos y permanecer en esa postura algunos minutos. Hace un par de años que escribir le resultaba una actividad de desgaste corporal más que mental. La mayoría de los escritores de su generación habían muerto y había una apatía general sobre temas políticos entre las nuevas generaciones de escritores, motivo por el cual sentía el compromiso de escribir sobre lo que se comentaba en las charlas de café pero nunca en estudios serios o señalamientos que pudieran ser considerados como «panfletos políticos».
El cansancio se hizo imperante y se recostó en el sillón. A un lado, en una pequeña mesita, había un pilar de periódicos que se habían acumulado durante la última semana, ya que en su sistema de trabajo ninguna otra actividad que no fuese estar frente a la máquina de escribir o ir a la biblioteca a consultar fuentes, tenía lugar. Pero ahora era una necesidad imperante recostarse algunas horas. Empezó a hojear los periódicos, uno por uno, como lo hacía cuando, después de semanas, terminaba su trabajo.
V
Mis últimos discursos de aceptación de algún premio me empezaban a causar cierta incomodidad. Todos parecían uno mismo, aunque tratara de hablar de cosas distintas o modificar la estructura del texto: agradecimientos a personas que no conozco, elogios de ciudades que me parecían desprovistas de alguna cualidad, la importancia de los clásicos, etc.
El primer premio importante que obtuve, ya con varios libros publicados, marcó un ciclo en mi carrera como figura pública (como escritor, supuse no merecerlo al grado de pensar en rechazarlo, como era costumbre en Augusto). Hacía algunos años que yo empezaba a mostrar públicamente mis dudas hacia los avances de aquella gloriosa revolución, y al hermetismo que se respiraba entre los viejos colegas para hablar del tema. Pero en ese discurso por primera vez manifesté mi desconfianza por el futuro de aquel sueño que compartíamos todos. Si una persona dirige los anhelos de la mayoría, nuestro destino va a estar condicionado por el capricho humano. Era un error seguir pensando en base a esos ideales que se esfumaban tan pronto como abríamos los ojos.
Un par de días después traté de llamar a Augusto para dedicarle personalmente el premio. Al principio pensé en algún viaje o en algún proyecto narrativo, el cual sabría de antemano que supondría días de encierro en su estudio sin contacto con nadie. Pero después de algunas semanas, la falta de respuesta la entendí como negativa. Un mes después, me llegó una carta. Era él. Solo escribió una frase que era como una mezcla de varias citas, imaginada solo por alguien con un ingenio como el de él:
“Tu paciencia está tan helada como los cálculos burgueses expresados en pesos y en personas”.
Después de ese día, jamás hemos vuelto a hablar.
Ya pasado el dolor de espalda, tomó un periódico de la gran montaña. Lo abrió al azar. La noticia lo hizo enderezarse bruscamente. Por fin uno del grupo lo había ganado. Y era precisamente el mejor de todos. Dijo entre dientes: -ya te lo debían-.
Nunca había conocido a alguien con esa capacidad de trabajo, nunca alguien con esa manía por conocerlo todo. Jamás aprendió tanto de alguien a quien enseñaba. Como aquella tarde, saliendo del café. Caminaron horas. En una banca con vista al río que atraviesa la ciudad, le dijo, tras un largo rato de silencio: –Después de todo, Cervantes batalló mil páginas para matar a Don Quijote-.
…”ganar una guerra o un premio es la daga que más disfruta nuestro enemigo, el tiempo, para hacernos creer que las cosas serán escritas con letras de hierro por nuestra sociedad. Mi maestro me enseñó que la historia vuelve por lo que le corresponde, mientras nosotros nos aferramos a nuestros grandes muros hechos de arena, como lo hacía ingenuamente nuestro querido Alonso Quijano. Después de todo, a lo largo la historia, ya habían dialogado, debatido, convertido, conquistado, comprado nuestros hermanos. Al final, la historia les reclama ese parte de la razón que tenían cada uno”.
Un relato que invita a la reflexión.
Buena suerte.
Un relato denso al que volveré más despacio.
El primer párrafo maravilloso. Un relato interesante y para agitar conciencias. Enhorabuena y suerte.
Me gusto mucho su relato. Le felicito.
La Revolución como oportunidad para resolver contradicciones. Además como irrumpe de forma violenta y exige compromiso para dejarse llevar por los ideales. Muy bueno el simil del golpe en la mesa, sí señor así es una Revolución.
La historia humana como arquetipo, problemas y cuestiones que dirigen la trama y sucesivamente se van reeditando en nuevos formatos. Muy bueno en ese sentido cuando balbucea en sueños el nombre de Augusto.
Me gusto la parte donde se cuestiona el argumento, que se presenta como ingenuo, pero tiene una poderosa carga ideológica, de no volver a intentar la Revolución porque fracasaron los ideales. Así como la reflexión última donde el hombre sin ideales se presenta helado, sin vida, como los pesos y calculos burgueses. Muy bueno.
Perdón ,corrijo: donde puse «»reivindica»»quise decir «demanda » que luego me crujen oon el comentario. Fué un lapsus.
Bueno D Brostein no se ni por donde empezar a destacar su relato, sencillamente es todo un alarde de pensamiento.
Voy a sentenciar diciéndole que aquí tenemos un autor que a través de un personaje reivindica desde la indolencia hasta el estancamiento racional; que promueve la curiosidad, el aprendizaje, que aborda la misma esencia del pensamiento humano desde una defensa clara y admirativa, desde un punto de vista admirable en conciencia.
Un relato que incita a reflexionar sin dejar de leerse impecable en su discurso ideológico y en sus incursiones ficticias.
Pero a la vista está que el autor además de intelectual es un hombre de acción.. Y escribe, y escribe además pensandO en que pensemOs!!
Mi más sincera enhorabuena. Suerte.