PE-Nº6- El Árbol de la Sombra. Oriol

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La Navidad fue la culpable de mi separación con Nerea, quizás sea esta la razón por lo que no quiero estas fiestas. Además, mientras las bolsas gástricas de los mayores se preparan para recibir los suculentos manjares bañados por los caldos del dios Baco, los Magos de Oriente, cada vez se detienen menos en su itinerario y si lo hacen dejan menos de lo solicitado.

La conocí a comienzo de curso y su rostro quedó impreso en mi mente el día que fuimos presentados por la profesora. Estoy contento por su regreso de Guipúzcoa, sus padres aprovechan estas pequeñas vacaciones para visitar sus orígenes en Euskadi.
He disfrutado de trece primaveras. Perdón…! Mi nombre es Ignacio, la familia y la gente cercana me llama Nacho. Nunca entendí porqué mis padres se preocuparon en buscar este nombre para luego disminuirlo.

Paseando a la salia de clase por los alrededores del pueblo, determinamos colocar nuestros cuerpos en decúbito supino a la sombra de un cedro, que bautizamos con el nombre “El Árbol de la Sombra”. Fue nuestro mejor aliado, conocedor de nuestras emociones y seguidor de los dictados de nuestras entretelas. Cada vez que nos citábamos lo hacíamos en este lugar y cogidos de la mano éramos cobijados bajo su sombra.

De forma repentina fuimos succionados por uno de los túneles que forma el entramado de ramas y hojas de su copa, haciéndonos penetrar a través de la puerta de cristal del hogar de los dioses. Notamos como pequeños seres revoloteaban alrededor de nuestras cabezas y con sus aleteos acercaban nuestros labios hasta hacerlo fundir en un largo e interminable beso. Ahora, mas que nunca, nos interesaba volar y tomar altura con nuestras propias alas.. Era el tiempo para que Venus junto a Ceres realizaran la siembra del amor en nuestros corazones.

Como espíritus celeste, fuimos descendiendo por el prodigioso túnel y tumbados en el verde pastizal del Árbol de la Sombra. Mi órgano viril aun recio, me inquietó por esa expulsión de líquido viscoso blanquecino que manchó mi calzoncillos. Era la primera vez que lo aprecié y no debe ser malo por el relax que provoca. Esencia de amor, al menos nuestro árbol y yo así lo consideramos. Con ojos de espanto, Nerea se incorporó intranquila por la demora. Temía al reproche de los padres inquietos por la tardanza.

Son doce los años que cumpla. Su físico había madurado pero su intelecto, aún de niña, reafirmaba la edad. Cierto que pensar en el regalo para el evento me resultaba laborioso. No disponía de economía, tendría que sacarlo de mi corto ahorro y hacerlo a escondida de los mayores.

Una terrible noche de viento y lluvia, según mi padre como no habíamos vivido en años, presagiaba la despedida del invierno para dar entrada a la primavera. Los rayos partieron árboles y las furiosas ráfagas recorrian la calle moviendo letreros y derribando tiestos. En ese momento solo pensaba en el sufrimiento de nuestro amado árbol.

Despuntó el día y el sol iluminaba con todo su explendor aunque sus rayos no conseguian calentar. Primero visité a nuestro árbol que se mantenía erecto al cielo habitado por pájaros que anuciaban éxitos y fortuna. Ceñí con mis brazos su tronco y mi mente se trasladó a Nerea. La ruptura de una rama, ocasionada por la tempestad, se postraba en el pastizal donde nos tendíamos. Era como si una parte de nosotros hubiese sido amputada. En el tiempo de su ausencia, elaboré con ella un joyero, resurgiendo su madera como regalo de cumpleaños.

El acercamiento nacido a la sombra del árbol se distanció. Los frecuentes encuentros dio paso a la ausencia. Fue una rémora la espera del mañana abandonando mis obligaciones y solo con nuestro árbol nos marchitamos.

En la soledad, tendido a la sombra del cedro, vi la copa habitada por pájaros negros que presagiaban desamor y destrucción y oí la voz del Olimpo que decía:

“El placer conllevan más dolores que deleites. Si dejas de esperar, dejaras de temer y encontrarás el auténtico amor”

 
 

2 comentarios

  1. ¿Y la reconciliación?

    Tengo la sensación de que es un relato poco pensado y nada revisado. En cualquier caso, felicito a Oriol y le animo a que siga practicando en la escritura si le gusta, pues también hay buenas imágenes en ese texto. Un saludo.

  2. Con trece años, los que formábamos mi pandilla del pueblo de mis abuelos, acudíamos con nuestras bicicletas a merendar, cada tarde veraniega, bajo la sombra de un grandísimo y frondoso árbol a las afueras del pueblo. Dos años más tarde fue fulminado por un rayo. Todavía recuerdo esa sensación de desolación. Menos mal que en esa pandilla no había ninguna pareja… 😉
    Suerte, Oriol 🙂

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