Habíamos estado andando más de ciento cincuenta días. Las horas se habían convertido en interminables adoradoras del tiempo. Es por esa misma razón que cuando llegó el momento, no supe si estaba realmente soñando. Había dejado atrás a más de una veintena de amigos. Hombres fieles y honrados que tan sólo eran culpables de haber nacido en una tierra diferente. Pero tanto ellos como yo, sabíamos que no podíamos cerrar los ojos y que lo que veíamos cada día a través de ellos no era una mera ilusión.
Así empezó todo. Recuerdo aquel día como si aún estuviese tumbado en mi propia hamaca. Autú y Monique, no dejaban de soñar despiertos. Hablaban de enormes edificios, coches lujosos y comida sin límites. Mujeres de pelo rubio y ojos verdes, y dinero, << ¡más del que puedas imaginar!>>, decían con los ojos vidriosos. No soy capaz de recordar el instante en que dejé atraparme por aquellas voces repletas de sueños.
Salimos al anochecer. Ninguno de nosotros habíamos comentado nada a nuestra familia por miedo a que nos impidiesen la marcha. Habíamos ahorrado un poco de dinero y llenado dos bolsas de piel, con comida, y botas de agua. Monique, el más pequeño de los tres, lo tenía todo planeado, desde nuestra salida, hasta la llegada al otro mundo. ¿Otro mundo? Aún me pregunto por qué lo llamaría así. Recuerdo las pocas luces de la ciudad iluminando los vastos desiertos de arena que la rodeaban. Sí, eso es. El desierto había sido siempre mi eterno compañero. Gracias a él me alimentaba, y con él, pasaba los largos días de soledad. Sin embargo, a pesar de mi fidelidad, no supe escucharlo a tiempo. Aquellas voces nuevas ocupaban todos nuestros pensamientos, y el lamento de la arena dejó de ser por un momento nuestro aliado.
Hacía frío. Era nuestra primera noche hacia la libertad, y los huesos nos dolían por el aire y la intensa humedad. La imagen de mi madre amasando el pan en la mañana, y la de mis hermanos pequeños regresando del campamento donde aprendían a leer, ocupaban mis pensamientos.
Todos andábamos en silencio, seguramente ocupados en aliviar las lágrimas que poco a poco se hacían dueñas de nuestras almas.
-¿Cuánto falta?_ preguntaba una y otra vez, una muchacha que había decidido acompañarnos.
-Poco.
Poco. Esa era siempre la palabra que escuchaba de los labios de Monique. Ya era incapaz de saber los días que llevábamos caminando. Tan solo, fijaba la vista en los talones de Autú, y dejaba que el sonido de sus pisadas al roce con la arena me anestesiase. A veces, incluso cerraba los ojos e intentaba engañarme a mí mismo, a mis pasos y a mis sentidos, obligándolos a creer que el día se convertía en noche y la noche a su vez en día. Al menos así, parecía haber recorrido más de lo que realmente era y las dunas me complacían haciéndose cada vez más pequeñas.
Alguna que otra vez, nos cruzábamos con restos humanos. Huesos revestidos de piel y telas ya gastadas por el sol. Pero nosotros, tan solo nos preguntábamos qué harían en aquel lugar tan alejado de la vida, aunque lo que realmente nos estuviésemos preguntando, es si aquel resto de huesos, no seríamos nosotros mismos reflejados ante un espejo de cuarzo hecho añicos.
De esa manera, empezó a reducirse el número de los nuestros. Unos extenuados, se dejaban caer sobre la arena suplicando el agua que ya no teníamos, dejando escapar entre lamentos el nombre de sus madres. Otros, incapaces de dejar escapar un sueño casi inalcanzable, seguían arrastrándose lentamente convertidos en serpientes humanizadas.
Fue uno de esos días cuando la eché de menos. Me detuve un par de veces y traté de reconocer su cara. Pero aquella muchacha había desaparecido, y ya nunca volvería a escuchar la frase que poco a poco se había difuminado para dar lugar al silencio de unos pocos caminantes.
Lo que no sabíamos, es que lo habíamos conseguido. Fue al día siguiente, después de andar un par de horas más durante la noche cuando lo vimos. Al principio, pensamos que se trataría del reflejo de la Luna sobre el ejército de gotas que yacían sobre el suelo, pero a medida que nos acercábamos, nos dimos cuenta de que era una gran ciudad, tan iluminada que parecía ser el propio Sol el que salía de la tierra. Entre risas, aligeramos el paso y gritamos lanzando voces al aire. Lo habíamos conseguido. Por fin estábamos allí. Monique tenía razón, estábamos ante un mundo diferente. Por fin podríamos vivir, vivir sin necesidad a desgastarnos a causa del hambre y las guerras. Vivir sin tener que dejarnos la piel y la sangre en la roca. Vivir. Nunca había imaginado que aquella pequeña palabra tuviese un significado tan grande.
-¿Qué hacéis? ¡Callaos de una vez!
Por un instante creí que aquella voz había salido de mi cabeza, pero una mano oscura me agarró del brazo y me obligó a tirarme al suelo.
-¿Acaso quieres que nos descubran? ¡Cállate de una vez!_ me dijo de nuevo mientras clavaba la mirada en aquellos ojos angustiados.
-¿Quién eres? ¿Te conozco?
-¡Qué más da eso! ¡Estamos todos aquí por lo mismo! ¿No es así?
<< ¿Por lo mismo?>> pensé, intentando descifrar el movimiento de aquellos labios extraños_ ¿Cuántos sois?_ me atreví a preguntar sin obtener respuesta, tan sólo vi como se levantaba y desaparecía a la vez que se iba acercando a aquella intensa luz en mitad de la nada.
Estaba aterrado. No conseguía ver absolutamente nada, y el ruido a mi alrededor, se hacía cada vez más y más grande. Como pude y sin querer saber que estaba ocurriendo a unos pocos pasos de mí, me tumbé en el suelo, y llevando las rodillas todo lo cerca que pude del pecho, me cubrí la cabeza con un pedazo de tela que había guardado en uno de los bolsillos del pantalón.
Me desperté con los primeros rayos del sol. El pié derecho se me había dormido, y había perdido la noción del tiempo. Casi sin fuerzas y con un estómago que rugía por un pedazo de pan, intenté incorporarme. Al moverme, varios escarabajos que habían utilizado el calor de mi cuerpo como refugio, comenzaron andar de un lado a otro. Sin pensarlo, cogí uno y me lo metí en la boca. Nunca lo hubiese creído si no fuese porque yo mismo sentí el sabor de sus vísceras esparcirse entre la lengua y mis dientes. Aquello me provocó nauseas, pero no estaba dispuesto a perder las pocas posibilidades de llevarme algo de alimento a la boca. Después de repetir la operación algunas veces más, y con la voz de mi estómago ya silenciada, me limpié la cara con el rocío que se había quedado en la hierba y miré en derredor mío. Estaba completamente solo. Al incorporarme, un conejo salió corriendo y me arrepentí de no haberlo visto antes de aquellos escarabajos, pero él era demasiado rápido y yo estaba lo suficientemente cansado como para no poder dar un solo paso.
Busqué a Monique y Autú, los dos amigos con los que había empezado aquella aventura. No tenía ni idea de lo que había pasado durante la noche. Tan sólo recordaba aquella voz y aquella sombra alejarse de mí en dirección a la luz… << ¡sí eso era!>>, pensé recordando como habíamos empezado a correr dando gritos en mitad de la noche. Seguramente fuese en aquel instante cuando nos separamos.
Desde entonces han pasado tres semanas. Y estoy aquí, sentado sobre una pequeña roca y escribiendo unas pocas palabras esperanzado en poder mandárselas a mi madre algún día. A veces sueño despierto que estoy con ella y con mis hermanos, bromeando sobre las cosas del colegio y sobre las ideas del viejo Amouté, el anciano que compartía techo con nosotros después de que su casa saliese ardiendo por un rayo. Pero la pura realidad, es que es la séptima vez en dos semanas que trato de escalar una reja de alambre tan alta como los edificios con los que solía soñar Monique, y que se han convertido en un enorme muestrario de colgajos de piel de mi propio color.
Me ha gustado leerla, pero creo que esta historia es tan buena que podía haber dado más. Mucha suerte.
Una dura y cruel realidad es la que traes en tu relato.
Suerte.
Hola D. Cristoff. Dejo mi comentario con pena; con pena porque creo que podría ser un buen relato si se hubiera escrito con más dominio para narrar. Respecto a ciertos fallos, el que más me dificulta a mí la lectura es la distribución de las comas; me he tenido que mentalizar en hacer caso omiso de ellas para continuar y meterme en tu historia. Quizá sea que una está mal aleccionada a la hora de leer, todo es posible 😉
Investiga sobre las comas, los guiones y demás elementos y escribe, escribe y escribe.
Suerte.
Suerte.
Peregrinación hasta la soledad y el destierro. Muy actual esta descripción de la desesperanza que espera tras las alambradas.
¡Qué soledad tan dura nos relatas!
Suscribo el comentario de Alex (hay algún error más de los que te señala), aunque difiero en que, cuando se intenta hacer literatura y no solo periodismo, no necesitemos «máscaras». Para mí el relato peca de lo contrario: poca ficción, poca poesía, demasiado parecido a una crónica.
Cuestión de miradas, supongo. Suerte.
Triste historia que, no por conocida, deja de serlo. El relato me gusta y, en general, está bien escrito. (Para mi gusto)
Me temo que el desenlace es poco menos que innecesario: el final queda abierto pero las opciones (la experiencia nos lo enseña)son pocas y en general penosas. Una historia que consigue erizarte el vello.
Está bien aunque se queda un tanto sin desenlace. Ir sí pero habría que haber seguido hasta llegar o fracasar, quizá se queda corto, o yo no acabo de ver el desenlace que está en la cabeza del autor.
La idea-testimonio es actual como la primera. Contar la realidad tal cual es incluye el sufrimiento y la miseria. La máscara de la ficción para esconder tal miseria es sólo optativa.
Esa idea está bien tratada, aunque el texto se estira en descripciones no del todo necesarias.
Repasa la ortografía porque hay algún error con los guiones de los diálogos. Recuerda que nunca se pone coma entre sujeto y predicado.
Suerte.
«Los sueños de antenas parabólicas».Siempre que los veo casi al final de su camino, casi al borde de cumplir su sueño, me pregunto cómo habría sido su viaje.Cuántos se quedaron en el camino sin que salgan los datos en los medios de comunicación.
Suerte.Me ha gustado muchísimo
Mantiene el interés en la lectura hasta llegar a esa verja de espino a veces inaccesible y otras franqueable con colgagos de piel.
El lenguaje se amolda a los tiempos que vivimos.