Ángel estaba recogiendo escombros cuando el comisario del ejército republicano lo reclutó.
―A ver, ¿cuántos años tienes? ―preguntó el hombre.
―Diecisiete señor ―contestó el joven de ojos aguamarina.
―Suficientes para coger un arma y defender a tu patria.
―Pero señor, padre murió en el último bombardeo. Debo cuidar a mi madre y a mis hermanos.
―La Patria es tu única familia.
Así fue como el joven se vistió de soldado.
***
Margarita leía el periódico junto a su hermano en la Estación del Norte de Valencia.
―Vicente, mira lo que dice la ministra de trabajo Federica Montseny: “¿Diecisiete años? Pero si todavía llevan pantalones cortos”… Cómo si los pobres se fueran de vacaciones.
―Es cruel. La mayoría nunca se convertirán en hombres. Quizás no volvamos ninguno…
Vicente era un brigadista de la FAI voluntario. Sin embargo, sus más de 12 dioptrías lo habían unido a la Defensa Especial Contra Aeronaves del Ejército Popular de la República (DECA). Brigada de trasmisiones: era teniente. Tenía 23 años. Pero la vida lo había curtido a golpe de fuego cruzado.
Los trenes de mercancías estaban repletos de armamento pesado. Los soldados ataviados con prendas dispersas y caras perdidas en la nada. No era un ejército; era una amalgama de corderos directos al matadero. La mitad sin fusiles, ¡para qué! Los últimos en llegar eran los primeros en caer. Los de retaguardia tomaban sus armas.
Vicente llamó a su cabo.
―Ángel, pase revista.
―A sus órdenes mi teniente.
Se escuchó una voz ágil que leía una retahíla de nombres.
―Mi teniente, faltan cinco soldados.
―¿Cómo puede ser?
―Ni idea, señor ―contestó el cabo.
―Claro, ¡qué me va a decir Ud. si en el permiso anterior estuvo extraviado varios días!
Vicente se acercó a Marga y le dijo que la guerra estaba pérdida. Los pómulos de la joven se llenaron de unos lagrimones enormes que se fruncieron antes de llegar a su boca.
―No digas eso, ¡por Dios, Vicente! ―recriminó la chica.
―Es imposible ganar una batalla con muchachos insubordinados, mal vestidos, sin armas, desnutridos, enfermos y obligados a luchar por una causa que muchos desconocen. Discúlpame Marga, no quiero endurecer más tu vida. Ve a comprarte una manzana asada ―terminó por decir el teniente.
Minutos después, la muchacha regresó masticando una hermosa manzana entre sus glotones labios. Ángel se acercó para decirle a su oficial que los soldados seguían sin aparecer. Al ver a Marga, se prendó de sus encantos. Mientras Vicente repasaba la lista, se acercó a la joven que trituraba con pasión el fruto prohibido.
―¿Te gustan las manzanas, eh? ―Marga levantó la barbilla. Le agradó que un jovenzuelo descarado le hiciera ésa pregunta.
―¿Y a ti qué te importa? ―contestó.
―Mujer, iba a pedirte que me compraras una ―Ángel sacó un monedero con calderilla y se lo entregó a la moza―. Tráeme una, por favor.
Marga se hizo la remolona. Pero fue a comprársela. Por unos minutos, olvidó las caras de horror que la circundaban, el ruido ensordecedor que surcaba el firmamento plomizo, los escombros de las paredes caídas, los llantos de las mujeres y los niños. Un tapiz negro riguroso que lo cubría todo. Sus ojos de gato observaban inquietos.
Al volver, el cabo estaba en un vagón del tren a punto de partir.
―¿Qué te ha dicho el francés? ―preguntó Vicente.
―¿Quién?
―El cabo.
―¡Ah! ¿Te refieres a ése?
―No coquetees. Nos marchamos a la guerra.
―¿Por qué lo llamas el francés?
―Porque sus padres emigraron a Francia y él nació en Lyon. Tiene estudios y sabe idiomas. Por eso es mi cabo…
―Tengo que darle su cartera y la manzana.
―Un poco tarde hermanita.
―Cométela tú, te sentará bien.
Marga se hizo un hueco entre la amalgama de cuerpos vacíos y se acercó al compartimento.
―¡Lo siento francés! ―gritó.
―¡Ángel! ¡Me llamo Ángel! Quédate mi portamonedas, así tendré algo por lo que volver. Vous avec moi voulez rayé? ―le preguntó, tocándose el pecho.
―¡¿Qué?!
Los traqueteos de la máquina de vapor destruyeron los sonidos palpitantes de la estación ferroviaria. Marga giró la cabeza a uno y otro lado, sólo vio pañuelos moviéndose en el aire. Mujeres llorosas, ancianos emocionados y niños sin padres.
***
Semanas más tarde, en un alto cercano a la localidad de Gadesa, las ametralladoras ZB de 15mm antiaéreas, surcaban el cielo rojizo de un otoño prematuro. La división de trasmisiones recogía los mensajes que llegaban. Las noticias de los diferentes bastiones republicanos eran desoladoras. La guerra estaba tomado un giro de 180 grados. La ofensiva nacional se reforzaba. El francés fue a informar a su teniente. Entró en la tienda de campaña…
―Teniente… ―la escena lo mareó. Huyó. El oficial con los calzones bajados besando otra boca (la de un compañero), le congeló la sangre.
Ipso facto, Vicente salió al exterior recomponiendo su uniforme.
―¡Ud. dirá, cabo!
―Ha llegado un telegrama alarmante… ―el joven mantuvo la mirada dispersa en el horizonte.
―Ya sé que mi carrera está acabada. Puede cuchichearlo a los soldados.
―No mi teniente. Callaré. Son tiempos de unión, esto desmoralizaría a la tropa.
―No se haga el sueco, cabo. Sé que meten a los invertidos en bidones y les pegan patadas hasta dejarlos malheridos…
―Soy una tumba. Le doy mi palabra. Pero quizás me viniera bien la fotografía de su hermana para borrar el suceso de mi memoria.
Vicente restregó su boina por la cabeza rasurada.
―¿Te gusta Marga?
―Sí mi teniente. Quiero que sea mi novia.
El teniente sonrió. Le caía bien ese medio francés con labia. Ángel se hizo con el botín y olvidó las imágenes. Cosas peores había visto ―pensó.
***
Meses después, Vicente y sus hombres regresaron a casa con un permiso corto, quizás el último. Marga lo esperaba ansiosa. Lo abrazó con fuerza. Hablaron de tantas cosas que sus palabras brotaban como las balas nocturnas que sobrevolaban la ciudad del Turia. La joven preguntó por el francés.
―Lo enviaron a primera línea. No sabemos nada de él. Posiblemente esté muerto en alguna trinchera. Lo siento ―contestó Vicente arrugando la boca.
El brillo del iris de Marga se apagó.
―Todavía conservo su cartera. Se la llevaré a su madre, vive cerca de casa ―indicó la joven con la mirada perdida en la nada.
―¡Ya tenías que haberlo hecho!
―Juré que se la guardaría y nunca incumplo una promesa.
Siguieron parloteando entre abrazos y lamentos. Valencia estaba descompuesta. Los edificios destrozados, las calzadas llenas de barro, los cuerpos de muchos difuntos rotos a la intemperie…
Por la noche, Marga volvió a mirar la cartera de ese joven que la mantuvo esperanzada. Unas fotografías, unas notas en un idioma que no comprendía. Unas cuantas perras, chavos y un billete de diez pesetas… Dinero intacto que ella conservaba a la espera de su vuelta. Iba a convertirse en otra solterona enlutada. No lloró. El rictus de sus labios se curvó hacia abajo. Los músculos del rostro, se contrajeron.
***
En ese mismo instante en el Campo de concentración de Miranda del Ebro (Burgos), Ángel estaba en la fila de los prisioneros recién llegados. Cadáveres andantes con los miembros destrozados y los ojos extintos. Desnutridos en botas remendadas con trozos de harapos, comiendo la porquería que crecía en los andenes o la carne de algún compañero masacrado. Tres jinetes del apocalipsis los acompañaban: el hambre, la guerra, la muerte. El cuarto: la victoria, nunca llegaba.
Los registraron uno a uno, Ángel carecía de documentación que lo identificara. Habló en francés y chapurreó el castellano. El capitán de los fascistas, creyó que era un brigadista internacional. Por tanto, pertenecía al grupo cuarto de reos: desafectos con responsabilidad. Padeció todo tipo de humillaciones. El maltrato fue el pan de cada día a lo largo de una semana. Enclaustrado, junto a cientos de soldados, en unos barracones infrahumanos construidos con las ruinas de un antiguo circo.
La ciénaga del suelo los embadurnaba congelando sus cuerpos a temperaturas bajo cero. La sensación era tan desagradable como vivir en una piara de cerdos. Las hechuras mojadas, empezaban a solidificarse. La ropa se pegaba a la piel, una quemazón extraña se apoderaba de la rigidez de los músculos hasta escaldarlos. Había tantos inculpados, que dormían unos sobre otros conviviendo con un Caronte perpetúo. Las mantas caminaban solas a causa de los piojos, y la sarna era otra compañera de viaje del clan de los perdedores.
Al octavo día de su llegada, el francés era el traductor entre extranjeros y nacionales. Les embelesaba su zalamería. Adquirió un cierto status que no dudó en aprovechar a la mínima de cambio. Un mañana lluviosa y fosca se adhirió a los bajos de una ambulancia. Logró huir por los caminos quebrados de España.
***
En la madrugada del uno de abril de 1939, un sonido débil y lejano, sonó en el interior de una casa. En unos camastros ruinosos dormitaban varios chiquillos, una adolescente, una joven y un hombre. La mayor de las mujeres se despertó por el ruido; tenía el sueño liviano. Hacía tiempo que no dormía más de tres horas seguidas. Era hermosa, pero unas ojeras enormes deslucían su óvalo. Se deslizó por la oscuridad palpando las paredes ásperas del pasillo hasta llegar a la puerta.
―¿Quién es? ―preguntó.
―Nadie ―respondió una voz hueca, colmada de amargura. Destrozada.
Abrió por instinto. Un cuarto de Luna resplandecía sobre una figura tambaleante. Una mano huesuda con dedos inflados y carentes de uñas, rozaron su piel. Ella chilló. Empero cubrió su boca para no despertar a nadie.
―Marga soy el francés.
―¡Mientes! Está muerto ―la irradiación lunar iluminó el aspecto fantasmagórico del hombre. No mentía, sus ojos seguían siendo como el Mediterráneo en Ibiza.
De madrugada, Vicente y el francés hablaron. Ángel le contaba cómo había huido. El teniente, le dio unas palmaditas en el hombro. Sabía que aquel niño-hombre conocía el honor. Además, era más astuto que un zorro y más valiente que un león. La guerra había terminado, si lo encarcelaban o moría: el francés cuidaría de su familia.
Marga los interrumpió. Llevaba una pastilla de jabón, lo necesario para una cura de urgencia, y ropa limpia. El oficial republicano los dejó solos.
―¿Ángel por qué has venido a nuestra casa en vez de ir a la tuya? ―dijo la joven.
―Porque un hombre no puede ir por el mundo sin su cartera, y tú tienes la mía ―contestó el francés.
Ella introdujo la mano en el faldar y le entregó su tesoro. Ángel la recogió. Hurgó en sus bolsillos, un cartucho vació cayó al suelo junto a la fotografía enrollada de la joven. La aplanó con las manos y la guardó junto al resto de recuerdos, bajo la mirada atónita de Marga.
―¿Cómo la has conseguido? ―preguntó.
―Me la dio tu hermano Vicente.
―Está casi nueva. ¿Cómo puede ser?
―Es lo único hermoso que he visto desde que me marché. La he guardado a buen recaudo en mi cuerpo.
Marga pudorosa, bajó la mirada. Cosas de la guerra ―pensó.
***
Pasado un tiempo, la pareja regresó a la estación del Norte. Ángel partía hacia el Ferrol para cumplir con la Patria, como si todavía no lo hubiera hecho. Tenía por delante cuatro años de Servicio Militar.
―¿Me compras una manzana asada? ―preguntó el francés con la cartera en la mano.
Ella lo frenó.
―Guárdatela. Hoy, invito yo.
Cuando regresaba con la jugosa fruta, Ángel estaba dentro del tren; la máquina en marcha. Un ruido ensordecedor imposibilitaba el habla. Los albañiles recogían los escombros, las mujeres sollozaban con una media sonrisa dibujada en sus rostros y los niños besaban a sus padres.
―Vous avec moi voulez rayé?! ―le dijo el francés chillando.
―¡Es lo mismo que me dijiste cuándo partiste al frente! ¡¿Qué significa?! ―gritó Marga.
―¡¿Quieres casarte conmigo?!
Marga cubrió su rostro, enrojecido como esa fruta que tanto le agradaba. Unas lágrimas copiosas resbalaron hasta su mentón. Levantó la barbilla: era orgullosa. El francés le tiró un beso al aire. Ella suspiró. Lo esperaría: volvía a tener ilusión por algo en la vida.
El amor es el centro de este relato de guerra. Me ha gustado.
Suerte.
¡Me gusto mucho!
Gracias por compartirlo.
Preciosa historia de supervivencia donde el amor es nuevamente protagonista indiscutible, motor y eje, a pesar de la ruindad de alguno de los personajes y la crudeza de las situaciones.
Una prosa cuidada que te permite disfrutar los detalles.
Enhorabuena Neox5005, me ha encantado.
Suerte
Casi me salto esta deliciosa historia. Tiene el encanto de contar con una mirada fresca y joven una historia cotidiana de amor, frustración y separación en el marco de una guerra. Me ha encantado leerla. Enhorabuena y suerte.
Salvo algunos detalles puntuales, me ha gustado mucho esta mirada delicada sobre una de las pequeñas historias de la historia. Enhorabuena.
Neox5005,me gusta tu personaje con sus ojos aguamarina, con su clara mirada ante las circunstancias a pesar de las vicisitudes, con su decidida manera de no renunciar a abrirse camino, con su empeño en vivir sin pensar en el mañana, y con su romántica manera de conseguir la esperanza y la ilusión en una mujer. Y me gusta como lo cuentas, entre vagónes,y despedidas y guerras .. Felicidades.