Nº64- Los tejados. Por Antonia Grandes

           Me gustaba subir a lo alto de aquel cerro y contemplar los tejados de mi pueblo. Desde aquella perspectiva elevada imaginaba las vidas que discurrían debajo de ellos. Conocía bien cada casa que se guarecía bajo aquellos rectángulos anaranjados.

         En invierno, imaginaba que eran un conjunto de locomotoras, máquinas infernales con sus humeantes chimeneas. El viento arrastraba hacia mí ese olor tan característico del carbón y la madera en combustión. Yo, contemplaba todo ello con los ojos dilatados por el asombro, al resguardo del frío bajo mi abrigo, bajo mi jersey de lana tejido por mi madre, que siempre me picaba y al que siempre metía papeles de periódico alrededor del cuello para poder aislarme de aquellos picores. Imaginaba mil historias, desde que era el jefe de todas aquellas máquinas humeantes, hasta que era una especie de gigante para el que cada casa resultaba un bloque de construcción que pudiera mover a mi antojo con mis grandes manos.

         En verano, los tejados refulgían al sol, entonces yo buscaba guarecerme de aquellos rayos justicieros y aplastantes, bajo la sombra de alguna encina, quedándome traspuesto en más de una ocasión, soñando que aquellos brillantes tejados eran preciosas piedras inmensas extraídas de las lejanas minas de un tal Rey Salomón.

         Disfrutaba comiendo mi merienda sobre aquella atalaya, dos libras de chocolate duro y oscuro que a mí me sabían a esa gloria bendita que don Bonifacio, el cura del pueblo, nos había dicho recubría a Jesucristo y sus apóstoles; así que mi merienda había de tener cierta afinidad con esos personajes, amén de la comparación de sabor que yo hacía, sin saber muy bien por qué, pero eso de la gloria bendita me sonaba a cosas muy altas, muy difíciles de alcanzar y comprender, y lograr un sabor comparable al chocolate se me antojaba un imposible, ya que para mí, era lo mejor, el súmmum de los sabores. Acompañaba aquel bendito producto con una rebanada bien gruesa de pan de centeno que mi madre elaboraba en el horno de casa. A veces, sustituía las libras y la rebanada de pan por un buen trozo de melón, y hasta por un melón entero si éste era pequeño, pero esto sucedía en el tiempo de ellos, en aquellos tórridos veranos. No era gloria bendita, pero tampoco estaba mal ni le hacía yo ningún asco, más bien todo lo contrario. Recuerdo el dulce jugo resbalando por mi barbilla y luego la sensación de pegajosidad en mi piel. Ahora, contemplado con mis ojos de adulto, esto no parece demasiado agradable, pero en aquel entonces si lo era y mucho.

         Allí arriba, era yo como un espectador contemplando la mejor película, la cual, simplemente transcurría por encima de unos tejados y sé, que a ojos extraños, pudiera resultar demasiado repetitiva; pero para mí, aquello era todo un mundo, aquello se me antojaba todo un sistema solar donde yo, inmodestamente, me consideraba el sol protector y contemplativo alrededor del cual giraba la vida que se encontraba más abajo.

         Aquellas contemplaciones las realizaba normalmente solo, aunque en alguna que otra ocasión, algún niño del pueblo quiso acompañarme, pero estas compañías resultaban siempre demasiado efímeras. La fascinación que sobre mí ejercía aquel paisaje de rectángulos anaranjados, no pasaba más allá de la mera indiferencia en mis acompañantes, por lo que terminé transformándome en el crío extraño, el  hijo de la Pura, el que se pasaba los días sentado en el monte mirando al vacío.

         Afortunadamente, todo pueblo que se precie ha de estar plagado de dimes y diretes, y otro más importante, o más escandaloso, o sencillamente más morboso, vino a dejar a un lado mis contemplaciones del supuesto vacío. La relación de Don Bonifacio, el mismo Don Bonifacio de la gloria bendita, con su ama de llaves, la Úrsula, una relación prohibida, escandalosa. En aquel entonces, yo no entendía mucho de relaciones escandalosas, siendo sincero, no entendía absolutamente nada de ese tipo de relaciones, pero al menos si llegaba a entender que lo mío no era prohibido y mucho menos tenía nada de escandaloso y ya no digo de morboso. Así que por ello, o quizás porque yo era mucho menos importante de lo que en mi infantil imaginación pudiera creer, pude seguir tranquilo atrincherado en mi particular mirador.

         Pero todo tiempo ha de tener una duración y lentamente, sin apenas darme cuenta de ello, pasé de estar interesado en la vista de los tejados, de los rectángulos anaranjados, a estar interesado en la contemplación de otros espacios, éstos más cálidos y redondeados. Pero el primer amor nunca se olvida, a pesar de todos los demás que puedan llegar a nuestra vida, y como bien dice el tango, siempre se vuelve al primer amor y como tantas veces se ha escrito, el olvido no existe. Tal vez por todo esto, una vez encaminado en mi edad adulta, una vez dejado atrás mi pueblo; porque también es sabido que las oportunidades son proporcionales al espacio donde se puedan producir; una vez dejado atrás mi monte y mi paisaje amado, he buscado siempre el vivir en pisos altos y mucho mejor aún si éstos eran áticos, ya que de esta forma podía seguir contemplando los tejados, podía seguir soñando con lo siempre visto y disfrutado, podía seguir ideando historias, ahora seguramente un poco más escabrosas por así decir, porque debajo de estos  nuevos tejados no sé quién vive, pero sé que ya no albergan a sólo una familia, sino a todo un conjunto de vidas que laten bajo los rectángulos protectores.

         Tengo que reconocer que esta afición nunca ha sido muy bien entendida por mis compañeras, pero entiendo que a veces, es difícil compartir cierta clase de hobby.  El que una persona se pase horas contemplando un paisaje puede resultar extraño, incluso desconcertante, pero tan extraño y desconcertante me resulta a mí el ver como otras muchas pueden pasarse horas contemplando una televisión o una pantalla de ordenador, aún siendo ambas también rectángulos, pero no teniendo nada que ver con los míos.

         Sencilla y llanamente: amo esos cuadrados llenos de historias, de posibilidades, de secretos a descubrir: Los tejados.

 
 

10 comentarios

  1. Odiseo González

    Escribes muy bien Antonia Grandes. Suerte.

  2. El detonante de la imaginación puede ser cualquier cosa, y una vez que se lanza, las historias vuelan y nos hacen sentirnos «el sol» de esa galaxia. Los tejados son un buen lugar donde ver o mirar un poquito más allá y expandir la mirada.
    Me ha gustado Antonia, mucha suerte.
    Freya

  3. Buena historia, entrañable, descriptiva y bien construida. Enhorabuena y suerte

  4. Me ha gustado tu relato. Ver la vida desde otro ángulo, desde otra altura, no es poco. Si a eso se le añade la imaginación para adivinar que sucede debajo de cada tejado y la exquisita sensación de comer melón… La verdad que me están dando ganas de subir a uno.
    Bien escrito.

  5. Contemplar desde el tejado es ver la vida sin verla, imaginándola y lo que es más importante: contemplarla desde arriba. Me ha gustado mucho. Enhorabuena y suerte.

  6. ¡Hola, Antonia Grandes!
    Creo que el hijo de la Pura sonreiría abiertamente si, observando desde su tejado, escuchara una frase que nos dejó el escritor, pensador y poeta Henry David Thoreau: “Jamás hallé compañera más sociable que la soledad”. 😉
    ¡Suerte!

  7. Hermoso relato que nos deja un tufo de sensaciones reconfortantes para el alma, lo cual indica y traduce a una excelente escritora
    felicidades Antonia

    Sara

  8. Antonia Grandes,con tu relato uno evoca esa sensación de pequeñez que en algún momento el ser humano experimenta desde la contemplación de algo que nos atrae simbólicamente.
    Tienen efectivamente los tejados desde una perspectiva despegada una atrayente imagen que a algun@s nos hace reflexionar sobre muchas cosas.
    Tu elección ha sido muy acertada a mi parecer,y me ha gustado leerte y poder evocar esas sensaciones a través de tus palabras.
    Te felicito, mucha suerte.

  9. Bonito relato.A mi me gustan mucho los desvanes. La habitación de los trastos olvidados y los recuerdos.

  10. Yo si comprendo al protagonista de la historia, pues no hay nada más creativo que imaginar rodas las posibilidades que se esconden o circundan un espacio, un ser vivo, un paisaje o una persona. Muy buen relato.

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