Había una vez, en Puerto Vilelas, un pequeño pueblito al que contornea su accidentada geografía un verdoso río, una familia como cualquier otra, solo tenía un apellido raro.
Esa familia poseía cuatro hijos, dos varones y dos niñas, que se criaron entre juegos y picardías pueblerinas. Escapadas a la sienta, aturdidos por el tañido constante y ensordecedor de las chicharras, interminables paseos en bicicletas desinfladas, tiernos desafíos entre amigos, golpes, peladuras en las rodillas y por supuesto enojos, trampas y peleas, que también son comunes entre hermanos.
Con la juventud, muy tomados de la mano, llegaría a sus corazones, el amor.
Los cuatro se casaron. Unieron sus vidas a esa esperanza de acunar su propia familia, un hogar. Siempre manteniendo esa amistad cada vez más profunda y madura entre hermanos.
Los retoños, fueron llegando 1,2,3…4,5,6 llenando de bullicio, ternura y pañales sus vidas. Uno cuidaba a los hijos del otro, porque cada uno luchaba incansablemente por sus propios proyectos de vida. Para él, la facultad, para ella el trabajo, para el otro la familia.
Y todos apoyados sin cuestionamientos ni descanso por…mamá y papá.
Todo parecía normal. ¡Tan normal!
Pero un día…¡Un día, el maldito destino les tendió una trampa! La más pequeña de aquellos cuatro hermanos del apellido raro, de Puerto Vilelas enfermó, ¡Estúpida enfermedad! Una malvada hepatitis fulminó su joven órgano sumergiendo a todos en un abismo sin fin…
La vida les cambió abruptamente, su armonía cotidiana se derrumbó, se desmoronó.
Una desazón muy grande los invadió.
Pasaron por los momentos que seguramente han pasado otras familias en esa situación, angustia…incomprensión, rebeldía…pero una fe incondicional, los mantuvo unidos, y así como un náufrago se aferra a un palo en medio de la nada, ellos se aferraron a lo único que les podía salvar a su amada Natalia…Dios.
Entre médicos, terapias, dolor, ambulancias, remedios, camillas, aviones, hoteles, listas de esperas… esperas y más esperas, pasaron cinco largos…penosos e interminables años.
Cuando la esperanza de uno desfallecía, estaba la mano del otro en su hombro, aferrándolo fuerte para darle fuerza… y los felices recuerdos de la infancia y de la adolescencia, afloraban unos tras otros, ligeramente, velozmente arrancándoles una amorosa sonrisa a esos rostros ceñidos por el dolor. Esos recuerdos se transformaban en suaves caricias en las largas noches de desvelos en esos desiertos pasillos, tan fríos.
Un día, en medio de esta situación, se vislumbró una tenue esperanza. ¡Por Dios, una esperanza!
Implicaba despojar a uno de esos hermanos una parte de su propio ser. Un transplante. Esto implicaba riesgos y pocas garantías, además estaba agravado por la angustia de ser conscientes de que cada uno tenía mucho por perder, si las cosas no salían bien.
Cada uno poseía tanto en esta tierra que lo invitaba a seguir viviendo.¡ Qué fuerte fue ese momento! ¡Cuántas emociones encontradas! ¿Cuál de ellos sería?
Pero a pesar de todo, la respuesta llegó inmediatamente.¡ No podía ser de otra manera!
Ella también tenía derecho a disfrutar del rosa de las flores de los lapachos, de esa brisa fresca en su tez, cuando las golondrinas anuncian que el cambio de tiempo…¡ya está por llegar! Del olor tan especial de la polvareda ante la caída de las primeras gotas del chaparrón, de una jugosa sandía mitigadora de sed.
Ella también tenía algo que la aferraba a este mundo y esperaba, silenciosamente.
Uno de ellos, no importa cual, así como alguna vez, bajo el Sol caliente del verano de Chaco, le habría entregado en sus manos un juguete, una bici, un patín, una muñeca o un mate, le entregó parte de su propia humanidad, eso tan especial que le faltaba a su vida, para seguir disfrutando del estío envolvedor del verano, de las palmeras, de este su río, del color violeta de los camalotes, del generoso irupé, del cielo azul… de Nico, su pequeño hijito… que la esperaba expectante y entendiendo muy poco, de sus padres y de ellos…sus hermanos.
No sé si lo he entendido bien… pero no veo la reconciliación. ¿Habían reñido los hermanos?
Complicada situación que termina de forma feliz, dibujándome una amplia sonrisa.
Suerte, Mecha. 🙂