Julio la esperaría en el Paseo de los Mártires. Había conseguido un permiso para visitar a su familia y deseaba ansioso poder estar a su lado, aunque fuera tan solo por una tarde. Ya se encargarían ellos de detener el tiempo y convertir el momento en eterno.
Antes, Manuel nunca sonreía. Ahora mostraba una gran sonrisa dibujada en la cara. ─ Estoy contento –se dijo, mirando su reflejo en el cristal de la puerta.
Mí nombre Armando Hernández y voy a contarles lo que hice cuando pense abandonar mi país hacia los Estados Unidos, convencido de que yo podía triunfar en todo lo que me propusiera sin pensar en que ya era una persona de sesenta años de edad.
La puerta se abre y un remolino de colores brota violento iluminando la calle. Un levitón de cuadros enormes, alternando los de color rojo rubí con los amarillo oro, combinados con otros azul eléctrico y verde botella, embute en su seno a un hombre tan orondo que el único botón…
El ocaso esa tarde era un pérfido guiño a la estampa ruinosa que conformaba el pueblo con cada uno de sus rincones. La única extravagancia dentro en esa vieja pedanía era el caño de la fuente antigua, que hacía manar desde unas fauces diabólicas un chorro de agua con sabor…
Sandra despertaba. Poco a poco iba recobrando la percepción sobre el entorno. Descubrió el roce de la sabana con la piel, el aroma húmedo y fresco del amanecer, también el resplandor filtrado por los ojos de la persiana, y a lo lejos, distinguió el murmullo del tráfico.
«Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo. » Goethe. —Pude haberte dado muchas razones, por ejemplo: que pretendía que una mujer de la alta sociedad percibiera cómo nos sentimos de apresados quienes pertenecemos a la clase media…
Aquel bebé rosado que olía a nieve recién caída no lloró al nacer. Por un breve instante, su madre sentiría remordimientos de haber maldecido su embarazo. Fue en ese breve instante de arrepentimiento cuando decidiría su nombre: Valentina. Valentina tampoco lloraría después.
Tú ya lo sabías. Solo tenía que decírtelo de nuevo. No te gustaba, pero debía gustarte. Ellos decían que era así. Esto es lo que cada día Andina se decía de su compañera. Los extraños fenómenos ocurridos hacía cuatro días no les dejaban dormir con tranquilidad. En parte Andina era…
Cuando Ana me dejó, tardé un par de días para decidir si aceptaba quedarme con el acuario. Tras sopesar pros y contras, accedí. Le dejé bien claro que necesitaría un teléfono para avisarle cuando fuera a salir de la ciudad, pues no podía implicar a ninguno de mis…